lunes, 11 de mayo de 2015

TODOS IGUALES

   No somos iguales. No lo vamos a ser. No lo fuimos nunca. Y sin embargo, por  desearlo que no quede. La mejor igualdad que conocen los seres humanos es la de la muerte, pero tiene el inconveniente de que a la mayoría, entre los vivos, le llega tarde.
   "No quiera confundirnos", dirá más de uno. Estamos hablando de la igualdad de todos ante la ley; o de la igualdad de oportunidades; o de la exagerada desigualdad salarial...
   Sí, es cierto. Incluso hemos ideado una consoladora ley religiosa: todos somos iguales ante Dios. ¿Y cómo se plasma esta igualdad? Si eres bueno, vas, al cielo y si no, al infierno, para compensar las desigualdades sufridas en  vida. Es decir, ideamos otra desigualdad para equilibrar la que antes sufrimos en el planeta Tierra.
   La gente es más igual,  aunque no del todo, cuando renuncia a ser persona y no le importa convertirse en multitud o mejor aún en turba: es decir en  una muchedumbre  confusa  y desorientada sobre los valores decisivos  propios. Nada más igual  que las masas enchiqueradas en un estadio deportivo para sentirse superiores si gana su equipo. Gritan al  unísono, hacen la ola, hasta son capaces de algún exceso ritual para alcanzar una meta que en nada va a alterar sus circunstancias vitales; una meta a la que llegan por la vía del engaño: identificarse con el  triunfo conseguido por unos asalariados de lujo, muy desiguales, para afirmar la  superioridad de unos hinchas: es decir otra desigualdad.
   Cuando veo a un líder predicar la igualdad, tiemblo y con razón. Empieza por anunciar que el pueblo manda y en cuanto gana la primera partida,  organiza jerárquicamente al pueblo,  ejerce y dispone como cualquier amo lo que ha de hacer ese pueblo , y termina convenciendo a los demás que donde hay patrón no manda marinero.
    Hay que ser rebañego para conformarse con la misma dosis de hierba. El ser  humano tiende a la polifagia  porque sus antepasados llegaron a morirse de hambre -la gran desigualdad- y el invento de la despensa bien surtida, además de ser muy viejo,  es prueba de una de las desigualdades que más han movido al mundo: el hambre.
   En suma, la igualdad -hasta donde es posible-. hay que trabajársela para que sea duradera. No se regala.

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