Días después, el veinticuatro de
julio, viernes, Secundino Carballeira estaba en Mioma donde varios clientes le
dieron ocupación para toda la jornada.
Al despedirse, preguntó en tono distendido por el anarco sindicalista
Simón Parejo y le dijeron que se fue de vuelta a tierras de Vizcaya por un
camino de herradura que descendía, por la Peña de Orduña, hasta las cercanías
de Tertanga.
Al día siguiente, festividad del
Apóstol Santiago, una vez aseado en la fuente pública de Mioma, Secundino
Parejo tomó su bicicleta taller, enganchó el carrito de las provisiones y
asistencias y se fue por el camino de Valpuesta, donde pensaba oír misa mayor en
la iglesia parroquial en homenaje al apóstol, patrón de su tierra. Un pinchazo
en la rueda delantera lo detuvo no muy lejos de la nogala achaparrada y
umbrática de la vera del camino. Y decidió llegar hasta ella en busca de sombra
para desmontar la rueda, sacar la caja de parches y arreglar la avería.
Allí había un hombre apostado que
oteaba el camino de Mioma. Agarraba un arma de fuego con aire de estar al
acecho, a la espera de una pieza de caza mayor. Al aproximarse lo reconoció
Secundino Carballeira: era Onofre el bilbaino, adosado a su escopeta. Al llegar
y tras un saludo, el afilador tomó la iniciativa:
- Buenos días, Don Onofre. ¿Va
usted de caza?
- No. He venido a probar la
escopeta, soltando un par de tiros.
- ¡Me extrañaba! Porque según
creo, aún no se levantó la veda.
- No; se abre el quince de agosto, cuando casi todo el
campo es ancho rastrojo.
- Pero don Onofre -le dijo
Secundino el afilador mientras atendía a la mirada del veraneante; una
mirada de odio envenenado-: Usted y yo
somos cristianos y son cerca de las diez, hora de oír misa; hoy es día de guardar. ¿No me dirá que se la
va a fumar por abatir una pieza?
- Tiene usted razón. ¡Qué horror!
Me he distraído. Sí: he estado a punto de perder la misa.
La perspicaz agudeza del afilador,
lo llevó a deducir que ni esa apelación sacrosanta aplacaba el odio que tenía atenazado al veraneante bilbaino.
- De cristiano a cristiano don
Onofre: ¿A quién esperaba? ¿Quién lo puso a punto de faltar a la ley de Dios?
- No esperaba a nadie. Si usted va a Valpuesta. ¿No le importa que hagamos
juntos el camino?
- Sí, claro: voy a Valpuesta.
Podemos ir juntos. Ya arreglaré más tarde el pinchazo.
- Permítame –dijo don Onofre en
tono humorístico-: “Antes he de cambiar el agua…”.
- Faltaría más –respondió el
afilador.
Don Onofre se situó detrás de la
nogala, desabrochó su bragueta y orinó larga y cálidamente. Un vapor emanado de
aquel líquido, como el de un veneno corrosivo, ascendió desde las raíces
descubiertas del árbol al entrar ésas en contacto con la orina.
Antes de llegar a la iglesia
toparon con Narcisa, la valpostana que preparaba nueces verdes en almíbar con
la receta de las monjas de clausura de San Juan de Acre.
El gallego afilador, perspicaz y
medio brujo le dijo:
- Narcisa: será el último año. Se
acabó lo de conservar nueces verdes en almíbar. Se secará la nogala de raíz y
sin remedio. Todo por la meada de un cristiano.
- ¿Cómo lo sabe?
- Lo sé. Se secará la nogala. A
cambio se ha salvado un alma. ¡De veras!
La nogala se secó. Y Narcisa extendió
por el Valle la leyenda de que Secundino el afilador era medio brujo.
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