sábado, 16 de mayo de 2015

FALTAR A LA VERDAD NO SIEMPRE ES MENTIRA.

    Confieso -y en parte me arrepiento- de ser un acusica que la tiene tomada con los políticos. Lo único que me salva es que no distingo de colores. Me da igual  el tema que defiendan. Cuando quieren convencer y dicen simplezas, siento comezón: como un desasosiego interior irresistible.
    ¿Acaso mienten? No lo sé, pero tengo la sospecha justificada de que una mayoría de  políticos no  distingue  las diferencia que existe entre mentir  y faltar la verdad.
    Uno escucha las preguntas y repreguntas que se hacen entre políticos parlamentarios de la Alta Cámara y después de adivinar que  no les guía un sentido constructivo - por la mala leche que destilan - resulta, en consecuencia, que no tienen ni chispa de ingenio. No ironizan; se dan dentelladas como vulgares caninos.
   De otro parlamento, posiblemente anglosajón, (hasta puede que el dicho  sea apócrifo), cuentan que uno de sus miembros  para desacreditar a su rival, dijo: "¿Qué se puede esperar de un político que lleva el calzoncillo a rayas?". Y claro, le llegó la respuesta merecida en  el turno de réplica: "Quiero manifestarle mi dolor antes de entrar en materia: "Por cierto, ¡qué indiscreta es su señora!"
   Aquí, entre nosotros: ¿por qué aplauden los políticos las intervenciones de  sus compañeros de equipo? Para cualquier observador perspicaz, a eso, en castellano, es como poner albarda sobre albarda.  En política todo lo que no es evidente siempre conviene  apoyarlo con una explicación. No hacen falta aplausos, ya que, entre gente de la misma camada, suenan a falso: como si las crías aplaudiesen a su mamá después de  tomar la teta. Hay manifestaciones que por explícitas, están de más: sobran.
   En fin, mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con  intención de engañar. Donde esa mala intención no se da, no hay mentira aunque se falte a la verdad.


 

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