martes, 19 de mayo de 2015

RELATOS CORTOS. LA NOGALA SE SECÓ (1)


LA NOGALA SE SECO (1) 

Mioma, pueblecillo alavés colgado en una loma del Valle de Gobea, a setecientos metros de altitud, vive envuelto entre vientos arrebatados  de  la Sierra Salvada y  remusgos vespertinos procedentes de los páramos de Losa.
 A la vera del camino, bajando hacia Valpuesta, vivía una nogala joven, muy productiva pese a su corta estatura y a su copa achaparradita y de poco vuelo. No era de nadie y era de todos: un bien comunal que daba frutos y rendía sombra.
Con sus nueces verdes, precoces y tiernas de principios del verano,  la señora Narcisa elaboraba un postre en almíbar nada empalagoso, siguiendo fielmente los dictados de una  receta cedida por las monjas enclaustradas en el convento de San Juan de Acre, de Salinas de Añana.
          Por el año treinta y uno,  cuando los republicanos mandaron al exilio a don Alfonso XIII y en el libro de historia que se manejaba en las escuelas del Valle sustituyeron su fotografía a toda página por la de don Niceto Alcalá Zamora -al que sus detractores con mala uva apodaban “El Botas”-, la economía iba mal y nos  acabó de chingar -en versión del malandrín herrador de Espejo-   el quinquenio republicano.
La crisis se inició en  los EE.UU. Los americanos pasaron por el crac del veintinueve y nos contagiaron su peste financiera. La notaron más las zonas fabriles. En la industriosa Vizcaya, muchos tuvieron que  trancar sus negocios. Y los obreros en paro, bastantes,  buscaron entre los campesinos del sur el corrusco de pan que le negaban las empresas en trance de cerrar.
Por el puerto de Orduña subían a pie, pisando el galipote reblandecido por el calor del verano de la carretera del Señorío, las mesnadas hambrientas. Algunos de sus miembros encontraron cobijo y comida en casas de labriegos valdegobeños; entre ellos Simón Parejo, cenetista, de verbo ardoroso y boca caliente . Le dieron trabajo en Mioma.
En julio del treinta y seis, el domingo diecinueve, fiesta de guardar,  Parejo bajó a Gurendes para alternar en la taberna. En el establecimiento de Erasmo Bardeci, pidió un chiquito de vino y se puso a charlar del hecho noticiable de esa fecha: el golpe armado iniciado en Marruecos.
 Estaban también allí, a la orilla de la carretera de Bóveda, grupos de personas curiosas y alertadas por la gravedad de la noticia  y, entre ellos, un veraneante bilbaino llamado Onofre, a la sazón residente en Valpuesta; le preocupaba el alzamiento y sus repercusiones.
Desde la madrugada de aquel día fueron muchos los convencidos de estar viviendo una jornada comprometida que haría historia. Tanto en  Burgos como en Vitoria, los militares se habían alzado en armas   contra el Gobierno de la República.  Se suponía que el Valle estaba en zona nacional. Pero aún no era así.

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