sábado, 16 de mayo de 2015

QUE VIVA VITORIA. RELATOS CORTOS.

EL TERCER MILAGRO. (3)


El guardia Siro volvió a rascarse, ahora su pabellón auricular, y contó esta vez hasta veinte. Encarna y su hermana entendieron que se había terminado el interrogatorio y se pusieron en pie y con las manos juntas, puestas en actitud de ser esposadas,  le dijeron a Siro el guardia:
- Y si tiene eso, ya sabe, nos puede llevar presas.
El guardia, encorajinado, salió a consultar con el cabo y éste le dijo:
- ¿Han declarado que estuvieron en Petrás? Pues ya vale. ¡Déjalas libres!
Las apariciones de Petrás se desmontaron por la brava pues una tarde al anochecer, cuando la explanada ante el peñasco de las apariciones estaba llena hasta los topes con feligreses llegados de Bachicabo, de Espejo, de Barrio, de Villamaderne, Bellogín y Tuesta, de Villanañe y Nograro, más otras gentes de Vitoria, algunas de Bilbao y buen número de Miranda,  aparecieron unos jóvenes, los “sin Dios” –según dijeron- y se liaron a golpes hasta provocar la desbandada de los “con Dios”. Los tales descreídos despejaron el terreno y  cargaron contra la enramada y los adornos de flores y arbustos colocados en torno de la hornacina rocosa donde la Virgen se hacía visible, con este anuncio gritado a todos los vientos: “Como se os ocurra volver por aquí, no saldrá ni uno vivo del intento”
Entre esta amenaza, el ten con ten que por razones políticas mantenía el Gobernador Civil con el Obispo de Vitoria y la presión de los guardias sobre  el paisanaje, antes del invierno desapareció Petrás como punto de reunión de fieles, dado que, además, aumentó el clima hostil y anticlerical que los tenía acongojados.
Pero ni Encarna ni Lucrecia se arredraron. Mantuvieron  contactos con el vidente de Bachicabo y siguieron a solas acudiendo a la explanada a rezar y a encender velas litúrgicas en la hornacina donde se hacía visible Nuestra Señora de Petrás. Y empezaron, de paso, a recoger información sobre los milagros atribuibles a la Virgen. Habían conseguido probar dos que, a su juicio, daban verosimilitud a las apariciones.
Dieron por milagroso lo sucedido el mismo día del furioso ataque de los descreídos, los “sin Dios”. Ante la avalancha salvaje del mocerío ateo, el cura de Barrio, con la cruz recogida y  la ropa litúrgica embaulada, emprendió el regreso al pueblo seguido de su feligresía. Fueron por el camino rural que  desemboca en la carretera de Espejo a Barrio. Poco antes de llegar a la “Fuente del Judío”  y de alcanzar  el paso estrecho que se abre bajo un roquedal altivo, por donde discurre antes de llegar al casco urbano, los feligreses y el cura vieron en actitud amenazante y esperando su llegada al grupo de  mozos más agresivo de los que montaron el asalto de Petrás; estaban en lo alto del roquedal,  armados con morrillos de dos o más kilos de peso, dispuestos a lanzarlos sobre los fieles y el cura, aprovechando  la angostura del camino bajo la peña.

- ¡Eh! Vosotros: los “melleros” (por la Virgen de Mellera, con ermita cerca de Barrio). Si tenéis huevos atreveos a pasar.

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