El guardia Siro volvió a
rascarse, ahora su pabellón auricular, y contó esta vez hasta veinte. Encarna y
su hermana entendieron que se había terminado el interrogatorio y se pusieron
en pie y con las manos juntas, puestas en actitud de ser esposadas, le dijeron a Siro el guardia:
- Y si tiene eso, ya sabe, nos
puede llevar presas.
El guardia, encorajinado, salió a
consultar con el cabo y éste le dijo:
- ¿Han declarado que estuvieron
en Petrás? Pues ya vale. ¡Déjalas libres!
Las apariciones de Petrás se
desmontaron por la brava pues una tarde al anochecer, cuando la explanada ante
el peñasco de las apariciones estaba llena hasta los topes con feligreses
llegados de Bachicabo, de Espejo, de Barrio, de Villamaderne, Bellogín y
Tuesta, de Villanañe y Nograro, más otras gentes de Vitoria, algunas de Bilbao
y buen número de Miranda, aparecieron
unos jóvenes, los “sin Dios” –según dijeron- y se liaron a golpes hasta provocar
la desbandada de los “con Dios”. Los tales descreídos despejaron el terreno
y cargaron contra la enramada y los
adornos de flores y arbustos colocados en torno de la hornacina rocosa donde la
Virgen se hacía visible, con este anuncio gritado a todos los vientos: “Como se
os ocurra volver por aquí, no saldrá ni uno vivo del intento”
Entre esta amenaza, el ten con
ten que por razones políticas mantenía el Gobernador Civil con el Obispo de
Vitoria y la presión de los guardias sobre
el paisanaje, antes del invierno desapareció Petrás como punto de
reunión de fieles, dado que, además, aumentó el clima hostil y anticlerical que los tenía
acongojados.
Pero ni Encarna ni Lucrecia se
arredraron. Mantuvieron contactos con el
vidente de Bachicabo y siguieron a solas acudiendo a la explanada a rezar y a
encender velas litúrgicas en la hornacina donde se hacía visible Nuestra Señora
de Petrás. Y empezaron, de paso, a recoger información sobre los milagros
atribuibles a la Virgen. Habían conseguido probar dos que, a su juicio, daban
verosimilitud a las apariciones.
Dieron por milagroso lo sucedido
el mismo día del furioso ataque de los descreídos, los “sin Dios”. Ante la
avalancha salvaje del mocerío ateo, el cura de Barrio, con la cruz recogida
y la ropa litúrgica embaulada, emprendió
el regreso al pueblo seguido de su feligresía. Fueron por el camino rural
que desemboca en la carretera de Espejo
a Barrio. Poco antes de llegar a la “Fuente del Judío” y de alcanzar
el paso estrecho que se abre bajo un roquedal altivo, por donde discurre
antes de llegar al casco urbano, los feligreses y el cura vieron en actitud
amenazante y esperando su llegada al grupo de
mozos más agresivo de los que montaron el asalto de Petrás; estaban en
lo alto del roquedal, armados con
morrillos de dos o más kilos de peso, dispuestos a lanzarlos sobre los fieles y
el cura, aprovechando la angostura del
camino bajo la peña.
- ¡Eh! Vosotros: los “melleros”
(por la Virgen de Mellera, con ermita cerca de Barrio). Si tenéis huevos
atreveos a pasar.
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