lunes, 4 de mayo de 2015

LA CORRUPCIÓN DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

      En tiempos de la II República las instituciones religiosas perdieron las ayudas oficiales de las que disfrutaban (aunque en línea descendente) desde tiempo inmemorial;  tuvieron que arreglarse incentivando la generosidad de los fieles y restringiendo el gasto. Lo pasaron mal pero aguantaron la rebaja porque la pobreza, voluntariamente aceptada, era una de sus virtudes.
      Con los partidos políticos no sucede lo mismo. Para iniciarse en  las prácticas democráticas, tras el franquismo, les hacía falta dinero y los tales partidos españoles -unos recién paridos y otros llegados tras su travesía por desiertos varios durante casi cuarenta  años- , estaban más esquilmados que las ratas en los años del hambre. La lluvia de los  primeros donativos, unos procedentes de fundaciones extranjeras y de algunos esperanzados negociantes -según decían-,  y otros de créditos bancarios abiertos con cierta tolerancia de riesgos, quedó convertida en publicidad chillona en menos de tres meses. Y otra vez vuelta a empezar.
      El caso es que los  amos de los partidos no tenían ni la mínima idea de qué era eso de la pobreza conventual, y se echaron a vivir a cuerpo de rey. Todas las ayudas publicas las fundían como si fueran cera, los créditos iban a su aire, las deudas crecían y claro, al fin el que pone el dinero manda y el partido se pudre. Como decía aquel niño de Madrid, por haberlo oído de sus padres, "un partido político pringado es una mierda "pinchaita" en un palo".
     Así se pusieron  las bases de la corrupción política y por muchas vueltas que demos a la cosa, o  se cambian las reglas del juego y la disciplina de los árbitros, o todo seguirá igual porque con lo que hay, no  les llega.
     Hay que tener menos políticos, exigirles  un "currículum vitae" de pistón, pagarles un alto salario, porque nos va mucho en ello,  con dedicación exclusiva de la buena y obligarles a mantener un depósito personal  que nos garantice a los contribuyentes, ante cualquier veleidad o pecadillo  en el puntual rendimiento de cuentas, tanto suyas como de los organismos o personas bajo su influencia.
     Todo lo demás son ganas de perder el tiempo y el dinero. Lo que sobran son malandrines. Pero no se preocupen: aunque estén de acuerdo, nadie nos  hará caso.
   


   
      

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