Se alimentan el uno al otro: el poder atrae y da dinero y el dinero atrae y da poder. En lógica consecuencia, el poderoso como político es (o ha de ser), por una ley no escrita que se pierde en el tiempo, un vigilante protector de la economía y el economista un sensato conductor de la política
Si ambos factores no sintonizan el país (la nave) irá a la deriva y lo que lleva dentro, (el paisanaje) al pairo; pueden estrellarse en cualquier costa roquera.
En esas estamos, sin norte, con unos políticos tan ineptos como para creer que el poder del voto da derecho a todo y el poder del dinero ha de supeditarse a su ideario, a sus ritos, a su memoria.
El socialismo, andante a la española, ha metido el Caballo de Troya en sus cuadras, al pactar con los ganaderos secesionistas, no se sabe qué. El resultado está a la vista y no hace falta ser muy listo para intuirlo.
El centrismo libero-social flexible y con aficiones ejemplares ha hecho algo parecido en el polo opuesto, creyendo que el tocino es de oveja.
Lo, lógico, lo práctico, estaba a la vista: aliar a los partidos principales y constitucionalistas -PP y PSOE- con el poder económico suficiente y mayoritario para retocar la Constitución vigente manteniendo vivo el poder hegemónico en España, dentro de una Europa Unida con mayúscula; no maltrecha cómo la actual.
Lo que hoy van a sufrir los españoles se pudo evitar dejando de inspirarse en la Guerra Civil y manteniendo un poder económico equilibrado y dinámico.
¿O no?
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