Se llama Bernardo Piñeiro Iglesias. Estoy en deuda con él. Ha estimado mis chirinolas, las ha leído y divulgado. Y yo, ¿acaso he permanecido frío e inmutable? Puede parecer que sí; pero no.
Mi caso es fruto de la torpeza que me acompaña por ser -y sentirme- un pendón.¿Qué pinto yo con noventa y seis inviernos a cuestas en el complejo mundo de la informática?
Mis afición a enredar con la tradicional camisa de once varas me llevó a teclear el mando de un ordenador. Estaba jubilado y pensé: esta es la oportunidad que me abre el cielo para no perder la cabeza y al mismo tiempo para evitar perjuicios a terceros.
Aquí estoy, aprendiendo. Y no puedo con la tarea. Toco un piano que me domina. Pero no acierto a comunicarme directamente con mis lectores. Y tengo que recurrir al,vehículo del común. Gracias, Bernardo; gracias por todo.
Y claro está, gracias a todos los que se entretienen con la lectura de estos apuntes que me tienen activo.
Estoy ahora, estos días, queriendo dar sentido a un absurdo. Mi ordenador me dice que nunca en España se ha defendido como en nuestros días el derecho a la igualdad y que nunca fuimos tan activos para crear desigualdades. ¿Será porque tenemos demasiados políticos?
Gracias. No me lo merezco.
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