A mí, viejo hasta las cachas por no ir contra natura, me ha reservado el destino un tiempo para visitar a los médicos de turno. Antes, ellos -los antedichos titulados-, pasaban visita a domicilio a cambio de cobrar una iguala; ahora el sanador no cobra. Yo, el enfermo, tengo la consulta gratis.
La pequeñez que se paga como cuota social-y no por todos- viene descontada en la nómina laboral y no se nota. Y mientras los titulados médicos van acomodándose al chollo "exigencial" del enfermo, éstos se sienten importantes protagonistas a los que dar las gracias por estar allí.
Sé que hay excepciones, pero la mayoría no valora lo que este montaje cuesta ni cómo, poco a poco, la rutina lo irá vulgarizando. No tiene importancia, hoy. Pero la rutina es demoledora.
¿Por qué y quién soy para meterme en estos sembrados? Lo confieso: soy nada y nadie.¿Pero que diría un taxista si estuviera sometido a un salario mensual y no a la tarifa oficial, pero revisable, para acomodarla al cambio de los tiempos?
Se intuye la conveniencia del cambio, por muchas razones que podrían exponerse a nada que los políticos fueran sensibles al progreso del paisanaje.
Por ejemplo: dar prioridad a la medicina preventiva sobre la curativa. ¿Y cómo? Llevando médicos a las escuelas para que enseñen la auténtica higiene a la más tierna infancia. La solución es sencilla: suplir a un enchufado de la política, por un médico higienista por oposición.
¡No lo tomen a broma!
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