Uno -es mi caso- comprende que la vieja España se resista al cambio. Los viejos somos así. Cuando me dicen que me conviene tomar "leche de soja" me da la risa. Y no la uso. Con estos precedentes -lo juro- quiero abrir mis entendederas. Me cuesta lo suyo. Pero lo intento.
¿Hacia donde vamos? En España -sus moradores y sus políticos- creen que nos conviene repoblar a braga suelta el cascarón costero y despoblar al galope las plazas de un interior que se desdeña. Sólo se salvan media docena de plazas fuertes y la capital Madrid,
No me negarán que los parados de ese interior hispánico , si se desplazan hacia las zonas fértiles de la periferia peninsular, (que se están llenando de especuladores a pierna suelta, de manteros, de tratantes pornográficos, de contrabandistas y de mierda, por no seguir citando cabos sueltos que también hacen al caso) es para poder comer y cosas así.
Estoy comprobando que la "leche de soja" es una maravilla si se compra con la auténtica "leche de mala uva", que no es de pavo y que espera a cualquier emigrante.
¿Y qué solución hay para tanta desdicha?
En España está por inventar la presión tributaria de signo positivo. Por ejemplo, si quiero fomentar el reciclaje de desechos, invento e instituyo un impuesto de alto copete; muy elevado obligatorio para todo grupo humano. No se asusten. Con el anuncio pongo el remedio Si recicla papel, diez por ciento de deducción; si vidrio, otro tanto. Y así, seguir deduciendo hasta quedar libre de pago el vecino metido a basurero.
Pero los políticos, ¿qué, harían? Leche migada y ¡a qué precio!
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