martes, 7 de octubre de 2014

UNA LECCIÓN PRÁCTICA ENTRE DESIGUALES

     Casi nadie está conforme con lo que tiene. La desigualdad es motivo de desazones, lamentos  y luchas. Casi todas las religiones se inclinan a que aceptemos las desigualdades con paciencia y resignación. Algunas, como la cristiana, nos concede que siendo todos iguales ante Dios, habrá un juicio final donde se restablecerá el equilibrio perdido: para eso están el infierno, el purgatorio y el cielo.
     Los políticos idearon la democracia y prometieron a los humanos libertad, igualdad y fraternidad. Por muchas vueltas que le demos, estamos ante una promesa incumplida, por otra parte muy en consonancia con el ejercicio de la política.
    No han cumplido, ni cumplirán en el futuro, porque la actividad propia del reino animal -y el hombre es un bípedo implume- se jerarquiza en  función de una serie de valores, según su especie. Cuando el género humano se jerarquiza equilibradamente y se respeta al prójimo,  todos viven en mejor. El secreto está en mantener el equilibrio necesario en la viva activa de todo ser vivo. Que no haya tantos pobres ni tan pobres que lleguen a morirse de asco,  ni unos pocos ricos demasiado ricos que den ganas de darles guillotina.
    Conviene  tomar nota: la democracia es un sistema político ideado para hacer posible la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los humanos.
    Admitida esta afirmación como axiomática, los políticos os prometerán libertad, igualdad, fraternidad. Conviene no hacerles caso. Buscan el poder para ser ellos los desiguales más favorecidos. Está a la vista.
    Si quieres mejorar aplícate tu mismo en conseguirlo dentro de la ley. Usa tus facultades y no votes más que a sabiendas de que tu elegido no es un ladrón.

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