miércoles, 15 de octubre de 2014

EL PELIGRO DE LOS NACIONALISMOS

    Haciendo memoria, andaba por los diez años de edad cuando di, por casualidades del destino,  con un político dogmático que además era maestro y nacionalista. Quiero decir que del culto a la nación hacía pedagogía idolátrica.
    Mi padre que seguía de cerca mi incipiente proceso político, al ver en mis cuadernos  pegatinas emblemáticas, algunos vivas o lemas tendenciosos y cierta propensión  a imitar los gestos y dichos de  líderes nacionalistas, me advirtió: "no muerdas ese anzuelo, no seas ingenuo; en toda tierra de garbanzos lo malo y lo bueno están endiabladamente mezclados.  No divinices las realidades humanas. Bastante tarea tenemos en que no se deshumanicen".
    Luego me tocó vivir la época de los grandes nacionalismos: el alemán, el italiano, el  español, el portugués... Y mi padre, erre que erre, nos advertía en las charlas familiares que aquella exacerbación del nacional socialismo, del nacional fascismo, del nacional catolicismo, etc. podía terminar mal, enfrentándose a otros que se tenían por buenos por el hecho de amparar su respectivo nacionalismo  bajo sendos paraguas democráticos.
    El inconveniente de los nacionalismos es que con el pretexto de hacer grande a un pueblo, a una nación, empequeñecen a una mayoría de  personas que asumen sus doctrinas, creyendo además de buena fe que sucede todo lo contrario.
   No confundir el amor a la patria que es un sentimiento que no pasa a los papeles, ni a los púlpitos, ni a los grandes medios de comunicación, con los nacionalismos que por esencia son dogmáticos, insolidarios y excluyentes.
   Por eso cuando el nacional socialismo propuso a los alemanes la alternativa, cañones o mantequilla,  abducidos por un sentimiento patriótico exultante y de masas optaron por los cañones. Así se suicidó el pueblo alemán.
   No se olviden que también los nacionalismos se amparan en la nacional democracia.

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