Cuando España se quedó desmantelada después de la guerra, el problema radicaba, fundamentalmente, en la carencia de alimentos, de materias primas, de viviendas, de energía...
Para montar una empresa era indispensable cumplir muchos trámites y para esto no estaba todo el mundo preparado. Tampoco había dinero, pero resuelto todo lo demás, aparecían fiadores y se montaban empresas que poco a poco iban mejorando su existencia en medio de una inflación galopante.
Los empleados u operarios, una vez conseguido el puesto de trabajo, no daban mucha guerra y la identificación patrono-obrero era buena, sobre todo en la pequeña y mediana empresa. En las grandes factorías tenían sus problemas, pero era tanta la necesidad de tener asegurado el yantar, que muchas veces esos problemas se arreglaban abriendo un economato, o sea una tienda de alimentación en la propia empresa que eximiera a sus trabajadores de ser víctimas de los estraperlistas.
Luego las cosas cambiarían porque España entró en la etapa llamada del desarrollismo; fue entonces cuando el sindicalismo vertical se quedó obsoleto y la lucha de clases, larga pero constante, fue el modo de mejorar el nivel de vida de los trabajadores. Ya no era tan fácil para los empresarios obtener saneados beneficios. Las plusvalías empresariales fueron cediendo y los capitalistas se lo pensaron dos veces, pero siguieron en la brecha.
La lucha se fue agriando y la aparición de cierta violencia -aquella amenaza, "obrero despedido, patrón colgado"- tuvo su efecto: los inversores fueron, unos tomando las de Villadiego y otros cerrando empresas. Las empresas que aguataron el tirón fueron las multinacionales y no todas.
Solamente constato unos hechos y no tomo partido. Entreveo que las reformas laborales del Gobierno, con todo y ser dolorosas, van a servir para poco o nada, tal como respira el mundo empresarial.
Hubo un tiempo en que las azucareras o las fundiciones siderúrgicas o las sastrerías a la medida dejaron de ser negocio. Fueron desapareciendo. Pienso, y ojalá me equivoque, que la pequeña y mediana empresa sostenida con mano de obra ajena a la propiedad, no compensa por los riesgos que conlleva; no es un buen negocio y -por tanto- no se invierte tiempo ni dinero en ponerlas en marcha.
Tendrán que asociarse los trabajadores para ejercer de propietarios y de empleados a un tiempo, si quieren que una empresa, la de los trabajadores, la suya, funcione.
Las costumbres cambian y hay que acostumbrarse al cambio.
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