martes, 21 de octubre de 2014

HA NACIDO UN "TREPA".


   España -incluidas Catalunya y Vasconia- es un país original y sorprendente. Lo digo porque miles de personas consiguen triunfar por la vía del atajo. Y luego, llegado el caso, es muy difícil apearlos, ponerlos en el nivel que realmente merecen. En suma, España es el país de los "trepas".
   ¿Y por qué pasa lo que pasa? Por estar todo politizado en exceso. Todo. Y la política, lo saben los pillos, tan pronto ofrece cuerdas y ganchos para trepar, se llena de voluntarios.
    Vean ustedes. Poco a poco "Podemos" -el nuevo partido político- ha dado señales de que puede triunfar. Ha calentado el tema con sus proclamas uno de sus fundadores,  Don Pablo Iglesias que muestra trazas de dejar pequeño a su homónimo, destrozando el partido que aquel fundó (Otros dicen que a este partido ya lo hundieron  los que están dentro).
     Don Pablo - el actual - dice: "el cielo no se alcanza por  consenso, sino al asalto". ¡Qué bien  suena! Ustedes comprenderán que  para un político nato, tal que Don Pablo, el cielo no existe; el cielo es el Poder, con mayúscula. "No estamos aquí para ser un partido testimonial, sino para ganar", o sea, para  mandar.
    ¿Cuál es el miedo de Don Pablo? Las elecciones municipales, porque en las listas se le pueden colar muchos "trepas" sobre los cuales sería difícil mantener un control.  "No hay peor cuña que de la misma madera" y esto, él lo sabe muy bien porque conoce el paño;  el gran protagonista del irresistible ascenso hacia el  cielo del poder, o séase el mando, está al alcance de la mano de Don Pablo, que como sabemos no es un macho alfa.
    ¿Qué no está todo tan politizado en España? Lo están hasta los pimientos de cuerno cabra. Lo barrunta hasta el pequeño Nicolás, que viene fino  aunque prematuro; un par de hervores más y habría llegado muy lejos.
    Estudie usted casi diez años o más  para ser alguien con título y por consenso social, para tener luego que soportar la desgracia de que alcancen el poder por asalto cuatro robaperas.
    No nos los merecemos. ¿O sí?
   

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