Cualquiera que sea su situación, no echen en olvido que ésta puede empeorar. Nos anuncian otra recesión, una nueva era de vacas flacas.
Según el comportamiento de los mercados, la evolución de los flujos financieros y los datos estadísticos, si no se cumplen unos mínimos, los trompeteros mediáticos dejarán constancia de ello en formas expresiva y clara: agárrense que vienen curvas y si se les escapa de las manos la tostada del desayuno, ésta, fatalmente, caerá al suelo del lado de la mantequilla.
Es triste tener que decirlo pero las angustias que dimanan de una recesión, las sufren con más intensidad y peores consecuencias los pobres que los ricos. Y los políticos, mayoritariamente, pese a tener conciencia de esta verdad, cualquiera que sea su color o programa, no suelen cortar por los sano.
¿Y qué es cortar por lo sano?
Por vergüenza torera, o por decencia cristiana, cortar por lo sano es reducir y hasta evitar todo gasto que no sea necesario o útil. Debiéramos hacerlo todos para solidarizarnos y ayudar a los que sufren. Pero con más razón debiera haberse impuesto como medida obligatoria y solidaria en todos los presupuestos del sector público, incluidas las Cajas.
Pero no se hizo así porque los políticos salvo contados casos, se comportan con criterios propios de una casta, que dicen los populistas.
No se trata de una medicina estrictamente económica; es un lenitivo moral. No hay derecho a que, al sufrimiento de los más necesitados se contraponga el gasto inútil de los que están próximos al poder. No hay derecho a una ley garantista para el granuja y una tolerancia cero para el necesitado que deja de pagar un recibo de la luz o hurta para comer.
Estas injusticias no suelen tener un buen final. Y los responsables son cómplices también por omisión, aunque nunca hayan roto un plato.
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