En España -incluidas Vasconia y Cataluña- (y lo digo sin menospreciar a nadie) son mayoría los que se sienten llamados para desempeñar cargos de responsabilidad política sin preparación alguna para ello, entre otras razones porque los electores -según los propios políticos- son listos pero no lo demuestran.
Vamos a decirlo con claridad: ¿ustedes ven en la actual Ministra de Sanidad la preparación necesaria para superar un examen con el que acredite que domina el oficio? A las pruebas me remito.
Pero lo malo no es que esto suceda una vez sino que, a lo largo del tiempo y a lo ancho de la nación española, el número de indocumentados con cargos de relieve es tan copioso que -como pasaba con las flechas de los enemigos de Leónidas- si llegaran a volar oscurecerían al sol.
Como consecuencia de esa ineptitud y de las facilidades que encuentran los malos políticos cuando llegan al poder para manejar funcionarios y dineros y colocar a parientes y amigos, los unos por los otros la casa sin barrer. Así está España llena de obras e iniciativas inútiles, con su correspondiente carga de depredadores y chorizos que al pueblo llano le cuestan un riñón.
Por ejemplo: entre nosotros siempre presumimos de unos servicios sanitarios excepcionales y además mayoritariamente públicos. Que lo público funcione en España es muy meritorio, y lo digo porque conozco el percal. Pero échense a temblar: la eficiencia sanitaria funcionará hasta que algún político se encargue de chingarla. En esas estamos.
Y no valen titulados si no vienen con diploma de garantía. No cuesta nada aprender de las empresas privadas su lección práctica de cómo elegir dirigentes responsables que luego tienen éxito en esta peleada vida.
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