jueves, 2 de octubre de 2014

LOS ERRORES DE LA TRANSICIÓN

   El tema no se puede despachar en veinticuatro líneas,  cuando daría para un libro de trescientas páginas.
   Nunca despreciaré, sino al contrario, la ímproba tarea que asumió  Adolfo Suárez, entre tras cosas por ser harto difícil demostrar el valor debido para legalizar el Partido Comunista. Legalización  que sirvió -los hechos lo prueban- para desmitificar y poner en su valor real la fuerza política de unas ideas que empezaban a ser historia.
   Pero Suárez cargaba con el sambenito de haber desempeñado el cargo de  Ministro Secretario General del Movimiento. Y esta realidad nunca se la pudo quitar de encima; quiérase o no, condicionaba sus respuestas políticas. Los que vivieron de cerca algunos comportamientos de Suárez lo sabían, lo toleraban y hasta lo aplaudían. Pero otros lo  denigraban,  porque se quedaron más solos que  una viña en  un desierto en las desarboladas instituciones franquistas en las que Adolfo Suárez se hizo hombre.
   Este complejo lo llevo a puentear a sus correligionarios de Navarra y del País Vasco y a tratar con  los parlamentarios y fuerzas vivas de la oposición -antes que con las propias- el futuro autonómico de ambos territorios. Los navarros de la UCD se unieron y no pasaron por ello. Los vascos, desunidos y con un submarino nacionalista en sus filas, decidieron, unos conformarse y comulgar con ruedas de molino, y algún otro
- después de ingerir la correspondiente dosis de ajo y agua -, optó por irse a  su casa a ordeñar orugas.
   En Cataluña pasó otro tanto, con la particularidad de que otro Presidente, el muy ilustre Sr. Rodríguez Zapatero, remató la faena con  un pase de muleta manejada con la izquierda.
   Es cierto que pudo hacerse peor. A todo hay quien gane. Pero no es de extrañar que los mejores, esos que no roban, ni  gandulean, ni se ciscan en lo más sagrado y hasta pagan religiosamente sus  impuestos, estén muy cabreados y no se fíen. Aquellos polvos, estos lodos.

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