Vacaciones: una parada para tomar aire, un respiro para seguir por el camino con la oscura desbandada que formamos hacia un final irremediable.
Siendo así, a fuer de avisados, podríamos estar de acuerdo en lo básico, en lo que a todos importa. Y de paso, ser más condescendientes.
El bípedo implume, única especie animal que se vale del don de la palabra, podría expresar sus ideas y sentimientos para hermanar; pero usa este privilegio, el verbo, para instigar la envidia, la maldad, el descontento...
España no es un país en crisis; la crisis ya pasó. Ahora padecemos los efectos de esa crisis, como después de una guerra se viven los efectos de esa guerra. En ambos casos nadie gana. No por igual, pero todos perdemos. Todos somos más pobres, salvo contadas excepciones.
Los analistas del pasado no aciertan a -o no quieren- saber quiénes nos trajeron la crisis y por qué; ni sabremos quiénes han terminado por beneficiarse de esta situación.
Ambas cosas piden un examen sereno, desapasionado, frío, justo. Algo que no pueden hacer los falsos políticos; mucho menos cuando se presentan como lo que no son: falsos políticos que actúan como economistas, o sociólogos; como profesores, periodistas o politólogos; como curas y hasta monjas redentores (como la argentinita de la toca).
El examen ha de hacerlo cada uno con arreglo a su leal saber y entender, como si tratara de emprender un negocio, o de poner los medios para sanar a un enfermo, o -bien mirada la cosa- de ganarse el sustento de cada día en beneficio propio y ajeno. Y sobre todo, desconfiando de los que compran votos o prestan favores con los dineros públicos, que son de todos.
Esto, que no es poco, nos lleva a no tropezar en la misma piedra del mismo camino dos veces, o más.
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