jueves, 11 de septiembre de 2014

EL BIENESTAR SE ALEJA

       Sostener que el Estado, en su condición de instrumento del que se sirve una nación para cumplir sus fines, tiene  que cargar con todo el peso asistencial demandado por los ciudadanos y residentes de un país, es el  no va más de las promesas políticas.  Lo llaman el Estado del bienestar.
        Es una oferta que nos llevaría a la práctica supresión de la empresa privada en sectores como la sanidad, la docencia, la seguridad social y otros,  al ser el Estado el que de hecho monopolizaría estos servicios.
       Pero el bienestar social  prometido en  días de estrechez, es inviable por mucho que lo apoyen y pregonen ciertos partidos políticos. El dinero no llega, como el maná, del cielo. Sale de la masa laboral. Es decir que la demanda de ese dinero afecta fundamentalmente a los españoles con trabajo,  de donde procede  el grueso de los ingresos estatales (Las CC.AA y los Ayuntamientos, por cierto,  también son Estado).
      España tiene millones   de trabajadores sumidos en la pobreza. Es una muchedumbre que exige un medio de vida a cambio de prestar sus servicios. El bienestar, o empieza por ellos o no hay nada que hacer. Y no parece de fácil
solución este problema.
      ¿Qué ha pasado? Sin duda que han cambiado las cosas. Y entre ellas el ámbito de las relaciones económico-sociales: se ha globalizado. Por eso nos llegan tantos y tantos emigrantes de países alejados más pobres que nosotros. Por eso se deslocalizan las empresas en  busca de climas donde prosperar, tan alejados de su patria de origen.
     Pero  los políticos -apoyados por una pléyades de economistas- siguen con la matraca de las viejas fórmulas con las que pierden el tiempo.
     Nunca como ahora  es necesaria la solidaridad entre países próximos y entre paisanos. Aunque no guste a los partidarios de la caridad indiscriminada, la justicia social ha de ir por otro lado distinto al hoy elegido. Ha de ir  por dar trabajo  a los nuestros  que no lo tienen  y  para esto hay que cambiar, no solo los modelos del  contrato laboral, sino todo un estilo de vida.
     Eso solo pueden abordarlo políticos vocacionales  y con mucho cuajo. Y en España, donde a cualquier a cosa llaman chocolate las patronas,  también llamamos político a cualquier osado que se presenta a unas elecciones. Así nos va el negocio: mal por no decir peor.

   

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