jueves, 25 de septiembre de 2014
LAS GENTES SE ECHARON AL MONTE
Nací en un pueblecillo del oeste alavés, en Valdegovía. Es un valle que, al llegar la morisma hace mil y pico años, se quedó descolgado en una zona fronteriza: muy lejos de la corte astur fundada por Don Pelayo y muy cerca de la depresión del Ebro, que facilitaba el paso de los invasores islámicos. Los valdegoveños y sus familias -labriegos y pastores- cargando con sus pertrechos y arreando al ganado, se echaron al monte para salvarse de la quema. Y no al monte próximo, sino más hacia el norte; se fueron a tierras cántabras cuya invasión, por costosa y difícil, no resultaba atractiva para la morería.
Todo este episodio, este éxodo, nos lo enseñaban en la escuela muy de pasada, sumido en una historia general heroica y triunfante, con Santiago mata moros y su caballo blanco por medio incluidos; heroica historia que dejaba en los niños más sensibles ( los brutos se salvaban del contagio) una simiente emotiva y patriótica peligrosa, por inducirlos -cuando se registran crisis políticas- a la búsqueda de soluciones pasionales que permitieron a muchos robaperas alzarse con el santo y la limosna en provecho propio, como actualmente sucede.
Me curé de esta dolencia sensiblera después de mil lecturas y entonces valoré que los importantes no eran el Cid ni Almanzor, sino los moradores que sufrieron por las arremetidas de los unos contra los otros, es decir los más débiles.Los mandamases no, porque así como son capaces de contarnos la historia para hacernos héroes, son los primeros en tener prevista y protegida su retirada si la cosa viene mal dada.
Si así no fuera, millones de seres capaces de salir en multitud a defender triunfantes arrebatos, estarían midiendo los beneficios o perjuicios que pueden dimanar de que los humanos -en sus diversas inclinaciones- intenten resolver sus diferencias por las vías emotivas.
Como ejemplo cercano, ahí está la guerra civil del treinta y seis. Cómo empezó y cómo terminamos.
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