sábado, 6 de septiembre de 2014

SALARIOS DE MISERIA

       Fui alcanzando la mayoría de edad en Vitoria, una capital de provincia que rondaba los cuarenta mil habitantes antes de la guerra. Estábamos en crisis. El paro era desolador. Las autoridades estaban entre dos fuegos: defenderse de las huelgas salvajes motivadas por reivindicaciones salariales de los pocos que trabajaban, y mantenerse firmes en la prestación de una  justicia social subsidiaria, procurando aliviar el malestar de algunas familias con obras a cargo de presupuestos locales o con  bolsas de socorro, comedores económicos y cosas así. Y Vitoria, por lo que contaban, no estaba entre las peores plazas.
       ¿Cómo se arregló aquello? A mi juicio, no se arregló. Vino la guerra y con ella la movilización forzada de mano de obra costosa  en vidas, pero  asalariada a la fuerza y a bajo precio en ambas zonas en lucha. Y en la posguerra, si Vitoria  ofreció algunas oportunidades fue porque, al cerrarse las fronteras a toda importación, se creó la economía del sucedáneo y naturalmente surgieron empresas de poca chicha en las que se pagaba poco y se metían horas a destajo. Fueron los años del gasógeno; y también del hambre para una inmensa mayoría de españoles .
       Naturalmente, se acabó el libre mercado. Todo estaba intervenido; lo mismo en el  sector de la alimentación  que  en cualquier  otro referido a economías  necesitadas de materias primas controladas por decenas de organismos oficiales creados al efecto.
      Si cuento esta vieja historia en nuestros días, es por una doble razón: por la plaga constatable de salarios miserables  y  por la oferta tendente a solucionar el problema promoviendo una reforma social intervencionista. Presten atención a los  programas que se publicarán por algunos de los partidos emergentes y otros de viejo cuño.
      Pero no lo  olviden: a la hora de repartir pobreza, nadie como los intervencionistas, sean de derechas o de la izquierdas. Que haberlos haylos de ambas pintas.
    

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