Uno de los problemas que inquietan y desazonan a millones de españoles es la carencia de un puesto de trabajo desde el que ganarse dignamente el pan y el cobijo.
Las Naciones Unidas proclamaron la Carta de los Derechos Humanos como un "ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse a fin de que los individuos como las instituciones" promuevan su reconocimiento y aplicación universales.
El artículo 23, dispone: "Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas satisfactorias de su trabajo y a la protección contra el desempleo".
No es nada: tener trabajo, libremente elegido, en condiciones equitativas y, además protección contra el desempleo.
Con la mano en el pecho reconozcamos que este ideal es un deseo difícilmente alcanzable de forma generalizada en la mayoría de pueblos y naciones.
No hay malicia cuando se pide la aplicación de los Derechos Humanos, pero tampoco inocencia cuando a las personas destinatarias del mensaje no se les, advierte, - como hacía el torero del cuento - : "lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible".
¿Y por qué no hay trabajo? Pueden darse muchas respuestas; pero hay una, tripartita, para meditar: No hay puestos de trabajo porque los inversores mantienen amartillado el dinero, ante la inseguridad jurídica de las democracias en manos de políticos propensos a la vida alegre, confiada y corrupta; porque esos políticos tratan de salir del paso dando a los necesitados un pez, en vez de enseñarles el uso y manejo de una caña para que se lo pesquen: y porque al fin comulgan con el dicho de que quien venga atrás, que arree.
Tal vez nos suceda a los españoles porque sobran patriotas con vocación de vividores.Y claro, no caben tantos en un país tan pequeño.
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