jueves, 4 de septiembre de 2014

EL SEPARATISMO Y LA VERDAD.


        Toda persona sensible a las apetencias humanas, dotada de olfato para desentrañar el sentido de los movimientos multitudinarios,  sabe que  las gentes cuando alcanzan  cierto bienestar,  organizan su vida  -con los suyos - en viviendas  enclavadas  - y a poder ser  protegidas-  en zonas donde coinciden con vecinos de parecida categoría social.
        Se alejan de los más pobres a los que se les supone -aunque no haya por qué-  connotaciones peyorativas que -según ellos piensan- limitan el bienestar deseado por los de su casta.
        Si las gentes del Condado de Treviño  se sienten  identificadas con Álava (o con Euskadi, según se mire) y no con Burgos, es por la sencilla razón de que los alaveses cuentan con mejores servicios que los burgaleses de su zona. Si fuera al revés, sucedería lo contrario.
        Si la mayoría de quienes residen en el País Vasco peninsular piden ser independientes es porque consideran que la independencia los dotaría de un mejor nivel de vida (idea discutible) del que tienen derecho a gozar en exclusiva.
        Sé que alguien argumentará: los vascos siempre fueron independientes y ahí está la historia que lo demuestra. Esa independencia también es discutible, pero démosla por buena; no nos enfanguemos con argumentos históricos.
       Como enseñaba Sabino de Arana y Goiri los nacionalistas vascos luchaban por una independencia vasca, ganada por los vascos de pura raza, para ellos y para sus herederos en tanto fueran vascos; no para los mestizos que contaminaban esa genuina vasquidad. No se puede llamar nacionalista vasco al que no es étnicamente vasco  - los pura sangre, con ocho apellidos vascos por lo menos -.De no ser así,  para ser exactos, lucharíamos por un nacionalismo hispano-vasco. Y  esto no cuela. Pero la realidad es la que es: si acaso, y tirando por arriba, los vascos puros no llegarán a un diez por ciento de la población actual del País Vasco. Hoy la mayor parte de los nacionalistas vascos independentistas, en el mejor de  los casos son mestizos, cuando no españoles  netos.
       ¿Qué quieren? Sencillamente no ser iguales y no serlo  exige aceptar una doctrina que les otorgue  el derecho de administrar y gozar de un mejor nivel de vida. Por lo menos así los piensan los llamados a dirigir el cotarro, o sea a ejercer el poder en cualquiera de sus grados.
       Tal vez la masa electoral no lo vea así; pero le convendría meditarlo.
    

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