En la antigua Grecia las tres virtudes que permitían conocer la talla de un político eran la valentía, la sensatez y la justicia. Añadieron una cuarta, la prudencia. Luego se llamaron virtudes cardinales y fueron más precisos al nombrarlas: Justicia, prudencia, fortaleza y templanza.
Esto quiere decir que para saber hasta donde llega la valía de un ser humano (hombre o mujer) hemos de juzgarle por sus hechos y en qué medida estos se ajustan a esas cuatro virtudes.
Estaremos de acuerdo en que la principal de estas virtudes -la justicia- obliga elemental y esencialmente a evitar la injusticia en el entorno donde cada uno influye o ejerce algún poder. La prudencia, la fortaleza y la templanza no son otra cosa que virtudes complementarias que ayudan al ejercicio de la justicia.
En consecuencia, aplicando las virtudes cardinales como barómetro que mide el grado de valía de cada uno de nuestros políticos, el resultado que se obtiene es muy mejorable.
Examinemos el comportamiento de nuestros políticos, lo que dicen y prometen, su conducta y su aplicación y verán en qué medida obran con justicia, prudencia, fortaleza y templanza.
El diagnóstico es negativo para una mayoría y no pueden extrañarnos ciertos fracasos. Pongan ustedes en una pizarra los nombres de afamados políticos, hágalos pasar bajo el arco de las virtudes cardinales con sus palabras y sus hechos y analicen el resultado.
Pueden aplicar el barómetro a otros dignísimos políticos que, de verdad, no son lo que aparentan Esa pléyade de almas "benditas" se darán cuenta de que gestionar un partido político y el gobierno de la cosa pública es una tarea a la que no se puede aspirar desde la indigencia ética. La corrupción empieza prometiendo lo que no se puede dar.
Pienso, no se por qué, en doña Esperanza Aguirre como modelo a no imitar.
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