martes, 23 de junio de 2015

CAMBIOS CHAPUCEROS.

    Cuando un político promete que con su triunfo llegará el cambio, no le hagan puñetero caso. Puede con su  política cambiar o quitar una bandera, mearse en lo más barrido; puede despelotarse en una capilla católica (para hacerlo en una islámica, faltan huevos); puede acabar con las esculturas que odian, pedir que toda la sanidad sea pública, terminar con las corridas de  toros,  recargar con nuevos controles y algún nuevo impuesto  las actividades más populares, que son las que más producen; pueden,  prometiendo que van a dar, hacer todo lo contrario: quitar. Eso no es cambio: en la edad media eran prácticas al uso;  hasta la sanidad, muy mala,  era pública;  cerraban las puertas de villas y ciudades para que no entraran las pestes. Claro, los entierros también fueron públicos.
     Porque dar, lo que se dice dar, es difícil y tienen antes que cumplir y dar a  una larga fila de amigos entre los cuales están, como privilegiados, quienes les ayudaron a  subir.
     Vean la realidad plasmada en Grecia. Lo prometido era un cambio de fondo, que afectaba (y afecta) al bolsillo de una mayoría inmensa de griegos para los que -tras mucho pelear- el resultado les parece un fraude. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que han de aceptar lo que hay o, por el contrario,  el cambio prometido les puede llevar a situaciones  mucho peores  de las que padecen.
     Todos estos robaperas de la política que se las dan de grandes estadistas y tanto eco tienen,- sin merecérselo- están inmersos en un fenómeno globalizador.  Y una de dos, o implantan una dictadura para repartir lo poco que hay, convirtiendo la pobreza en  una epidemia universal (todos iguales pero pobres, menos unos pocos que se hacen con el poder) o se mantiene una economía de mercado donde una igualdad de oportunidades estimule la producción, la competencia y un mejor reparto de la riqueza que se crea.
     El secreto está en la justicia del mejor reparto  sin hacer inviable el estímulo. Pero ese cambio no se ofrece porque exige  sacrificios,  y si se ofrece, no es popular. No vende ilusiones. Solo lo aceptan los países de nivel cultural alto. ¡Qué le vamos a hacer! España tiene que empezar por una enseñanza que deje de adoctrinar e imparta cultura y ciencia. Pero este no es el cambio que quieren los políticos.

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