sábado, 6 de junio de 2015

EL GRAVE PROBLEMA DE LA VIVIENDA

    La gravedad del problema de quienes no tienen una vivienda digna, como puede advertirse atendiendo a lo que sucede en los países poco o medianamente desarrollados, es mundial. Y se da la paradoja de que a esa falta de viviendas útiles, se suma la presencia excesiva de las que existen y no son de utilidad alguna porque están vacías. ¿Cuál es la causa? Que los ingresos salariales son muy reducidos o nulos para una mayoría de personas y, por tanto, no pueden costearse una vivienda.
    Los sociólogos,  los economistas, los  políticos, los profetas, los redentores y tantos otros prometedores de felicidad, mantienen muy diversas teorías que puestas en práctica acabarían con esta situación. Pero el problema es tan viejo como el hombre y solo los pudientes han podido resolverlo a satisfacción, siempre en la medida de sus posibilidades.  (Para ser pudiente vale el dinero, pero hay otras formas de serlo: por eso hay tantos políticos, no lo olviden).
    No tomen como un ironía esto que les digo. Es duro, pero es así. El hombre ha tenido que sobrellevar pesadas cargas a lo largo de siglos,  pero nunca le faltaron  consuelos y promesas, algunos prestados con buena intención y, aunque la  mayoría fueran desinteresados, muchos tenían su precio.
    Solucionar la carencia de viviendas  es costosa en tiempo y en dinero. Sus limitaciones, en España por lo menos, nos han traído el problema del paro, y esto agrava la situación de los sin casa.
    Yo  no digo que sea una solución definitiva, pero afirmo que  Vitoria, la ciudad donde resido, fue una de las pocas  que se industrializó en una década, creció de forma fabulosa y evitó el chabolismo. ¿Y cómo? Diría que la base de todo estuvo en el espíritu solidario de personas válidas que, por coincidencia y propia iniciativa,  promovieron una respuesta con distintas soluciones de vivienda social, sin enredar con la política.
  Claro que ya no hay Cajas de Ahorro. Algo que  hemos de "agradecer" a los políticos que se sienten orgullosos y hasta convencidos de que son unos ejemplares demócratas. La democracia en España está en fase de conato. ¿Políticos? ¡Vaya tropa! No todos claro; pero, al paso que esto va,  el cambio rompedor y cantarín,  proclamado a tambor batiente, de poco vale si la capa no aparece.

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