viernes, 19 de junio de 2015

EL DESEMPLEO Y SU INFLUENCIA .

   Al terminar la guerra de 1936-39 los españoles tuvieron que enfrentarse a una realidad social que no recuerdo estuviera  controlada por censos estadísticos: me refiero al desempleo. Se crearon oficinas para facilitar puestos de trabajo a mutilados, ex-combatientes y ex-cautivos. Pero los más jóvenes -que no participaron en la guerra-,   tuvieron que pagar sus consecuencias; se las arreglaron -sin distinción de colores- para ganarse un mísero salario como pudieron. Una vez más las familias estrecharon lazos, cerraron filas y aguantaron marea.
    Pese a todo el nivel de vida bajó, la inflación fue sonada y los efectos del hambre se notaban en la pérdida de peso y enflaquecimiento, hasta quedar en los huesos, de  la mayor parte de la población. Surgió el estraperlo y mientras la mayoría  vivió con  pobreza, hubo quien amasó redondas fortunas. 
    No se pudo salir de aquella situación hasta que se ordenó  la economía en los ahora llamados años del desarrollo. En resumidas cuentas -aparte del filón turístico, todavía vigente- en esos años se  dieron facilidades para atraer a los inversores que llegaron en buen número de países extraños.
    El cambio que entonces dimos  en España no fue idílico ni mucho menos. Allí donde se despiertan los afanes posesivos -e incluyo el  del "poder  político" entre ellos- siempre habrá injusticias. Ahora bien, donde se instala el hambre, la enfermedad y la miseria, se produce fatalmente la injusticia colectiva, clima  propicio para  que al hombre le dé igual morir que matar.
    En esas últimas circunstancias surgen, viven y se mantienen las dictaduras,  todas las cuales prometen mucho y aportan poco, cualquiera que sea el color que elijan sus defensores para disfrazarlas con el manto de la democracia: democracias populares, democracias participativas, democracias orgánicas, etc. Los adjetivos no ayudan.
    La vida es lucha y lo que hay que aprender es a organizarse para que esa lucha no sea salvaje,  ni la victoria abusiva, ni el poder intolerable.
    Creo, en consecuencia, que el primer remedio que necesita España son inversores capaces de crear puestos de trabajo. Al día de hoy -lo dicen las bolsas de cotización- esos inversores 
temen lo peor: una ruina a la griega. Ni vienen, ni se quedan.
    Es para pensárselo.

    
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