viernes, 11 de julio de 2014

SOMOS EL ASOMBRO DEL MUNDO.

     No quisiera equivocarme. Me dicen que la frase, "somos el asombro del
mundo" es de  nuestro actual Ministro de Hacienda. O sea que el mundo -según  el Sr. Montoro- se ha sentado de culo al vernos; será para no caerse del susto:  los españoles luchando contra la crisis y  con cinco o más millones de parados.
     Estas cosas  causan la risa de propios y extraños, porque recuerdan al  gilipollas que se contemplaba en un espejo y se decía; "mecachis que guapo soy".  Es natural y propio que suscite un cierto pudor entre los mejor intencionados y la vergüenza de los compañeros que disfrutan de buena información. "Te juro por mi madre (y madre solo hay una), que el Sr. Montoro es eso: nada menos que Ministro y fíjate que cosas dice".
     Ahora está por ver si -con asombro o sin él-   el dicho Sr. Ministro está en lo cierto o no. Creo que no, porque el paro nacional  proviene de una catastrófica deserción de  emprendedores  españoles  con negocios  sostenidos a fuerza  de dedicación y personales sacrificios; empresarios , arrepentidos y escarmentados que, al salirse de este área-  han alertado a tres generaciones  de posibles empleadores. Y estos son los inversores que necesita España.
     Esto supone que quienes tienen capital, no están dispuestos a invertirlo en empresas de tipo medio que necesitan personal por encima de una cifra razonable, y  en  las que es fácil para el empresario entrar, pero no salir indemne.
     La crisis y los palos recibidos por una mayoría de estos optimistas con iniciativas  que, además,  jugaban limpiamente, han hecho que cundiera el desánimo, cuando no el pánico. Algunos, no levantaban cabeza, pero aguantaron pese a sentir el peso insufrible y  el agobio de la nómina, de los seguros sociales, del IVA y otras zarandajas. Hasta que, no pudiendo más, se plantaron.
     Los únicos que en estas condiciones pueden funcionar, y no siempre,  son los autónomos, empleando únicamente a familiares de toda confianza y, a ser posible, sin signos externos que puedan despertar el celo oficial, es decir el celo de funcionarios siempre dispuestos a tocar los perendengues del que discurre y trabaja por su cuenta; algo así como a negociar  con y desde el ordenador.
     Pero esto ya está inventado y no causa el asombro de nadie. ¿O no?

  

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