Ayer, en una de las tantas chácharas con las que nos obsequian las emisoras de TV, el aspirante a político de altura, Don Pedro Sánchez, manifestó con orgullo que mandaba a sus hijos a la escuela pública. Yo también lo hice, pero como conocía el paño -no porque la escuela fuera pública o privada, sino por las maneras que se gastan bastantes españoles sea cual fuere su profesión- estaba siempre encima de los responsables del centro a través de las asambleas de padres; como también lo estaba para exigir un buen rendimiento a mis hijos.
Porque -Sr. Sánchez, seamos serios: lo público o lo privado es un adjetivo. Lo importante, lo sustancial, es que sus hijos acudan a una buena escuela; es decir, a un centro de enseñanza de donde salgan con una formación óptima, capaz de competir con los mejores discentes del mundo. Y de eso en España hay muy poco. Me remito a los informes PISA.
Por tanta vaciedad como vomitan una gran mayoría de políticos, yo no los votaría. Y si lo hago, es porque me asustan los tremendistas que, a fuerza de engañar a la gente de buena voluntad por el oído -como si vendieran preferentes - son capaces de darnos gato por liebre y bajo la bandera democrática meternos a todos, acongojados, en una dictadura totalitaria.
A mi me dieron la vacuna en la guerra de España. Y me, sirvió de poco, o mejor de nada. Veremos si ahora fallo.
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