jueves, 1 de mayo de 2014

PUEBLO VASCO, PUEBLO CATALÁN...


   Cuando hablamos de pueblos, podemos elegir entre varias acepciones, porque  esta palabra sirve para designar muy distintos conceptos.
   Sin embargo, al referirnos al  pueblo vasco, o  catalán,  o judío, etc., estamos aludiendo a un conjunto de seres humanos que se identifica por sus connotaciones étnicas  (raciales o culturales).
    Raciales, puesto que en puridad científica un vasco o un catalán dejan de serlo cuando su sangre se mezcla con la de otras castas, cuando se meztiza y pierde sus genuinas características. Es indudable que sometidos a un control riguroso quedan pocos catalanes y  pocos vascos de ocho apellidos. El mestizaje no puede ser más heterogéneo.
   Culturales, basadas fundamentalmente en el idioma hablado por cada uno de estos pueblos (el euskera, el catalán) de los cuales dimana una forma de ser, o de actuar; según algunos una filosofía de la vida.
   Henos aquí ante un hecho que explica porque los nacionalistas ponen tanto empeño en que las masas de sus respectivas jurisdicciones  hablen el idioma vernáculo: de ser un instrumento  que sirve para comunicarnos, han hecho un símbolo patriótico digno de veneración.  Al idioma lo han convertido en ídolo, siguiendo el rumbo marcado por casi todos los nacionalismos que en el mundo han sido.
   La idolatría es una forma de religión un tanto devaluada. No juzgo, al sentar este aserto;  simplemente constato unos hechos. Al fin y al cabo, las guerras de religión fueron siempre las más feroces.
   Esperemos que la nuestra, la guerra que nos acecha, no llegue a cuajar. Al fin y al cabo,  todos los españoles, -incluidos catalanes y vascos- todos, por  distintas vías, también por la del cristianismo en su versión católica,  todos fuimos romanizados.   
   Es decir, somos más iguales de lo que algunos piensan y predican.  ¿O no?
   

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