En plena campaña electoral para elegir a los parlamentarios europeos, podría decirse que los votantes, en su mayoría, están a dos velas sobre el alcance de lo que se juega en estos comicios.
Tanto es así que los candidatos se enredan conscientemente en temas de ámbito nacional y hasta autonómico, confiados en que nadie ha de exigirles otra cosa que no sea quitarle votos a su adversario más directo, liándose incluso en debates sobre lo que cada uno ha dicho o dejado de decir sobre el sexo de los ángeles. Pero sobre Europa, y lo que pueda debatirse en su Parlamento en pro o en contra de los españoles, las multitudes votantes no tienen la más elemental idea. Y pocos, por no decir nadie que les informe.
Se acusa a esas multitudes de estar llevadas, atraídas, drogadas por el fútbol y otras vaciedades, y despreocupadas por asuntos que verdaderamente les pueden proporcionar o privar su bienestar. Pero la culpa no es de ellas. Es, en principio de los propios políticos, porque a ellos les conviene cultivar la que en tiempos se llamó santa ignorancia. Viven -muchos, demasiados- como reyes en su poltrona.
La participación electoral será escasa. No es de extrañar. Europa no interesa y este es el error de muchos españoles y de otros muchos ignorantes europeos. No nos quejemos si los que nos gobiernan son los que más saben de estos temas.
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