viernes, 23 de mayo de 2014

LA INTOLERANCIA, BANDERÍN DE ENGANCHE.

       Cuando uno recuerda los años que precedieron a la guerra civil española, no puede eludir el clima de intolerancia avivado por cada formación política respecto a sus adversarios.
       No era un hecho exclusivo de las  derechas contra  las izquierdas o viceversa. Eras una endemia que afectaba a los españoles, podría decirse que por imperativos genéticos.
       Franco tuvo que inventarse, antes de que pasara un año, aquel híbrido que llamó FET y de las JONS, que solo sirvió para que no se rompieran la crisma entre requetés y falangistas que, por las razones que fueran, no se podían ver ni en pintura. Y en  la zona republicana, pese a que el diagnóstico era el mismo, se organizó  en Barcelona una guerra civil dentro de la guerra civil  a cuenta de si la hegemonía totalitaria correspondía ejercerla a comunistas o anarquistas en la jurisdicción catalana.
       En esta coyuntura hubo muchos muertos y todavía están por rendir cuentas -que nadie se las pide- a los causantes de ejecuciones varias, en el ejercicio de la más depuradas venganzas.
       ¡Mala memoria de algunos!
      Resulta ser -por lo que hemos visto en la campaña electoral europea-  que volvemos a las andadas. Se alimenta el clima intolerante    interpartidista a tumba abierta, y -nadie sabe por qué-vuelve Cataluña a ser la plataforma de cultivo de la más  indómita intolerancia. Los protagonistas de esta secreción, siempre encuentran razones que justifiquen su conducta. Pero la intolerancia, en sí, siempre puede dominarse desde la conciencia de cada uno
       Cuando no se quiere tolerar, nadie tolera. Y nada cuesta pasar de las palabras a los hechos: a la guerra.
        Digo si, para evitarla,  no habrá que inventar la democracia tradicionalista y de las JONS.


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