Tras de los sucesos de Gamonal, en Burgos, venimos asistiendo a un tipo de violencia (ahora en Barcelona) que viene precedida de un justificación cultural; ni siquiera político-social como era mas o menos el pretexto que pretendía encubrir algunas formas de terrorismo como el de ETA.
El hecho cultural previo con el que se trata de lavar la culpa de las turbas urbanas no ha sido otro, ahora en Barcelona, que el de la demolición -siguiendo una decisión judicial- de un edificio desatendido por sus dueños y ocupado por grupos muy diversos, que lo utilizaban para actividades cívico culturales decididas, más o menos, por votación asamblearia.
La violencia llega a tales extremos que la reacción no se hace esperar. Los medios informativos y de opinión se hacen eco de los sucesos y si bien condenan la violencia y sus estragos, inducen a pensar - al analizar las causas que la motivan - en la torpe actitud de las autoridades; ellas son al fin las responsables de lo sucedido.
Entonces la autoridad aludida, u otra colateral, se muestra dialogante con los manifestantes no violentos, que, por supuesto, nunca han de ser confundidos con los profesionales de la violencia por sistema; estos últimos son expertos en batallas campales (dadas, claro está, en zonas urbanas) y que al final suelen salir bien librados, ya que la cultura tiene su peso y como sabemos los malos, aquí, son los guardias.
¡Que Dios nos pille confesados!
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