martes, 27 de mayo de 2014

ALGO MÁS QUE UN CAMBIO DE PROGRAMAS.

        Me acuerdo de un amigo historiador, mucho más joven que yo, que no podía concebir que en la España de la posguerra puesta en marcha por Franco, la influencia de los partidos políticos -de derechas o de izquierdas- fuera prácticamente nula. Pudieron quedar personalidades sueltas incardinadas entre  los triunfadores de la que llamaban "nueva España", pero sometidas a la disciplina militar impuesta por el dictador.
        Siendo así, ¿quién manejaba el poder local en las ciudades y provincias? Muy sencillo:  los titulares de una red de cargos de confianza del poder central, que solo tenían una misión: consultar las dudas, obedecer y callar. Me refiero a la red de Gobernadores Civiles, con el apoyo de todos los titulares jefes de las distintas delegaciones del Gobierno. Aquello duró treinta años largos y hubo quien no se resignó, pero sin éxito alguno ni respuesta popular inmediata, aunque no pueda negarse que larvaron el sistema.
       La masa irredenta lo pasó mal, con independencia de cuál fuera su filiación antes de la guerra y las singularidades políticas desaparecieron de hecho. Sobrevivieron  los camuflados que supieron sacar partido de la situación, entre ellos más de un converso.
        ¿Y no hubo algún rebelde? Sí, ciertamente. Pero lo silenciaban. Uno de ellos fue Dionisio Ridruejo. ¿De qué le sirvió? Fue, eso sí, un forofo del totalitarismo - ¡qué cosas dejó escritas! - convertido en un demócrata de altos ideales  a partir de que Franco le diera con la puerta en las narices.
       Cualquier modesto observador imparcial de lo que pasó y pasa,  advierte a estas alturas, que los políticos al uso no quieren darse cuenta del cambio que nos ha impuesto la mal llamada crisis.
       Estos "políticos" creen que todo va a seguir igual. Y no. Tienen  el síndrome del limpiabotas. Creyeron que nunca desaparecerían de España y no ha quedado uno. Muchos de los hoy llamados políticos van a desaparecer, y con ellos ciertos hábitos que ya no se toleran por los electores.
      El tiempo lo dirá. En fin: no son los partidos los que han de cambiar de estilo, que también,  sino los políticos los que han de modificar sus  hábitos. Esa sería la reforma más auténtica. Y no lo quieren ver.

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