La fortuna quiso que desde muy joven tuviera que asistir a un conclave político, con la única misión de tomar datos para luego redactar un acta de lo tratado. Es muy formativo tener que guardar silencio cuando otros debaten oralmente y luego revisar las notas para resumir objetivamente lo allí tratado.
Por más que lo quisieran evitar, los reunidos acudían en momentos críticos a un recurso tan viejo como la vida misma: el ataque "ad hominem", es decir el argumento dirigido contra la persona y no contra sus tesis.
Pese a los principios democráticos, que dicen ser la guía de todos los políticos al uso, no hemos cambiado en absoluto. En cuanto los mastines se organizan van en jauría tras la víctima (hombre o mujer) sin otro afán que el de hacerla picadillo. Y dejan que triunfen las tesis más absurdas hasta hacer de ellas artículos de fe.
Por ejemplo se afirma a diario la igualdad (inigualable) entre hombres y mujeres. Yo sé que en el plano intelectual (espiritual sobre todo) las mujeres son muy superiores a los hombres, frente a la divulgada creencia general de que somos iguales (¡qué más quisiéramos!). Pues bien por sostener esta idea -en vez de desvirtuarla con razones- son capaces los amos de la perrera de hacer conmigo albondiguillas bajo el lema de "nunca mais" (nada hay como saber idiomas).
Estamos asistiendo al triunfo de la mediocridad vengativa. Nada más aplastante que el enaltecimiento de los mediocres. Como sigan ganando las elecciones terminaremos por comer todos bazofia. Vamos por ese camino. Y cuando las multitudes (que son las que votan) se dejan arrastrar y hasta lloran por esa simpleza llamada fútbol, ¡ya me dirán la que nos espera!
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