Ahora, ante la proximidad de las elecciones europeas, rebrotan los deseos de recrear -por partes de sectores interesados- la Europa de los pueblos, enfrentada a la Europa de los mercaderes.
Creo que son dos versiones equivocadas, porque si algo proclama la Unión Europea y trata de defender es el conjunto de derechos personales que en su día quedaron recogidos en la Carta de las Naciones Unidas. Derechos personales que
no se han de confundir con los derechos colectivos que defienden algunos patriotas de las que consideran naciones sin Estado, ni con los derechos del mercado puro y duro que se han materializado en la supresión de aranceles entre los países integrantes de la UE.
No es poco proclamar y defender los derechos personales, pero aun así y para desgracia de los más débiles, estos derechos se están vulnerando en todos los países de la UE con una naturalidad que espanta.
Las discriminaciones entre las distintas naciones de la UE están presentes en el quehacer diario, sin que nadie se dé por aludido. Parece lógico, por citar un caso, que por la ejecución de una misma tarea se fije un mimo salario en uno u otro país de la Unión; esto nos llevaría a cotizar al mismo precio la hora trabajada por un albañil en Alemania que en España. No sucede así, lo que nos indica que esta Europa del euro no funciona con la equidad deseable en toda unión de países. Estamos, de hecho, ante una UE de varias velocidades.
No será lo más poético, ni un ideal, pero la Europa que tenemos es la Europa del Euro y mientras no valga lo mismo en toda la Unión, estaremos en una Europa quebradiza, donde los ricos de los países pobres tendrán poco menos que darle al abanico para que estén bien aireados los pobres de los países ricos . Y esto no es justo. Hay que encontrar el equilibrio.
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