Un doce de abril de 1931 España se acostó monárquica y al día siguiente, lunes, saltó de la cama con ropajes republicanos. Alfonso XIII dijo algo así como "no quiero servir de pretexto para un baño de sangre" y se largó al puerto de Cartagena para arribar poco más tarde en un puerto francés.
De telón de fondo estaban los años de la "depresión", el fascismo italiano y la irresistible ascensión de Hitler. Y a España le cayeron en suerte un pluralismo partidista y un separatismo voraz que nos llevaron a toda clase de excesos; a un conflicto de pistón y cuello vuelto que decían los antiguos. De nada sirvieron las sensatas reflexiones de sesudos republicanos. España rompió el timón y la nave, gobernada por los vientos más revueltos, terminó en la escollera.
Ochenta y tres años después, en otras elecciones, España se acostó bipartidista y se levantó cubierta de rebrotes políticos con pujos de medrar; y en medio del barullo, los crecidos separatistas, tirando cada uno para un lado, dan por hecho que en un año acabarán por rasgar la piel de toro. De telón de fondo, tenemos otra crisis de las que hacen época.
Sólo nos falta que al socialismo desnortado, le dé por forzar la máquina, la ponga a cien, se radicalice y pretenda encabezar los extremismos que ya se anuncian desde la izquierda, como sucedió en el año 34 del siglo XX. Como es lógico la derecha social -sucede en otros puntos de Europa- se echará al monte en legítima defensa y se acabará de armar una de esas periódicas guerras celtibéricas con los elefantes dentro de la cacharrería.
Es lo que necesitan los machos alfa para hacer de las suyas.
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