domingo, 9 de marzo de 2014

EL TERCER MILAGRO

Lo cierto era que el cabo de la Guardia Civil, siguiendo órdenes de la superioridad competente, cursó citaciones a varios de los supuestos implicados en las apariciones de Petrás, que se anunciaban como milagrosas, acaecidas junto a una roca picuda y muy cerca de un manantial, a la sombra de dos encinas centenarias. Los curas de varios pueblos del Valle, al divulgarse la noticia, no lo dudaron: encabezaron marchas de feligreses, tras la cruz alzada, entonando cánticos y glorias y rezando rosarios y letanías hasta llegar al entorno del peñasco milagroso. Allí, según decía un pastorcillo de Bachicabo, la Virgen María había hecho acto de presencia. Por esos días, también en Ezkioga (Guipúzcoa) se habían noticiado apariciones milagrosas. No era una broma, aunque los videntes de Ezkioga, por mantenerse firmes en su creencia dicen que terminaron en la cárcel y, luego, en un manicomio. - Ponte guapa -le dijo Encarna a Lucrecia- que me van a oír estos guardias. Y allá se fueron ambas hasta la casa cuartel de la Guardia Civil, residencia de cuatro números y un cabo, comandante del puesto, con sus familias; edificio que se abría a la carretera del Señorío de Vizcaya. La entrada principal del cuartelillo daba paso a un portal de suelo encachado. A la derecha estaba la oficina con su pequeño armario archivo, mesa de despacho y sillón giratorio de madera, un perchero, la papelera y una máquina de escribir de segunda mano y, en sitio accesible pero disimulado, un mueble armero con cerradura “Yale” de seguridad, donde reposaban cinco fusiles y unas cajas con munición. Por un paso angosto abierto en la pared de la izquierda, cerrado con puerta enrejada, se pasaba al calabozo algo tétrico, habilitado en el hueco existente bajo la rampa de la escalera principal del edificio; era el sitio que en otras casas se utilizaba como cochiquera. Encarna y Lucrecia, las Barredas, se personaron a las once en punto de la mañana en el cuartelillo y se encontraron con Siro el guardia, cejijunto, ojos grises, tipo achaparrado, gesto abrupto y cara de mala leche, nadie supo bien por qué, aunque malas lenguas decían era “por causa de su señora que no cumplía según sus órdenes”. Así que la tomaba con cualquier persona a nada que esta cayera en un descuido. - ¿Es cierto –preguntó Siro el guardia- que ustedes dos han ido a Petrás en varias ocasiones, siguiendo al cura que vestido conforme a la liturgia del caso, rezaba en voz alta el Rosario, incluidas la letanías y oraciones de costumbre así como la Salve, todo ello sin contar con la autorización del poder civil exigible en estos casos? Encarna, con el temple de una superiora conventual, sin desmelenarse, le dijo al guardia con mala intención: - ¿Por qué no se lo pregunta a su mujer que también estuvo allí? El guardia se rascó el pelo encima de la oreja mientras contaba hasta diez y muy serio, una vez que sujetó el pronto, en plan comedido y respetuoso, contestó: - Cuando le llegue su turno, ya responderá mi mujer. Ahora le toca a usted. Le repito la pregunta, -y se la dijo de nuevo-. -Pues verá -respondió Encarna-: He ido a Petrás tras el cura, recé porque rezar a nadie hace daño e intente ver a la Virgen. No la vi, pero si llego a verla la noticia estaría en los periódicos. ¿Estamos? El guardia Siro volvió a rascarse, ahora su pabellón auricular, y contó esta vez hasta veinte. Encarna y su hermana entendieron que se había terminado el interrogatorio y se pusieron en pie y con las manos juntas, puestas en actitud de ser esposadas, le dijeron a Siro el guardia: - Y si tiene eso, ya sabe, nos puede llevar presas. El guardia, encorajinado, salió a consultar con el cabo y éste le dijo: - ¿Han declarado que estuvieron en Petrás? Pues ya vale. ¡Déjalas libres! (Del libro "Al aire liobre", Cuentos alaveses, de P.Morales Moya. Información: tumecillo@gmail.com)

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