domingo, 2 de marzo de 2014

2 - VITORIA, SEGUN LA VEO

EL BARQUILLERO MARCOS. Casi con seguridad no veo a la ciudad como era realmente. No puedo olvidar escenarios y representaciones que condicionaban la interpretación que yo podía hacer de aquel Vitoria que conocí siendo niño. Para mí sería todo muy distinto si no hubiera conocido a Marcos. Marcos era un barquillero que desde la Chuchillería, donde guardaba en un bajo los útiles del oficio, preparaba a diario su ruta mercantil, según las circunstancias y el género que le tocaba trabajar ese día: Marcos le daba al trato ambulante del barquillo, del pirulí y del helado, pero no se negaba a mercadear la castaña asada al comienzo de la temporada, que era el propicio para intensificar su venta. Marcos tenía tres distintivos que lo hacían único e inconfundible entre los de su oficio: fuera invierno o verano,se distinguía por su blusa, su bigote entrecano con agresivos rizos y su cigarrillo, de los liados a mano, a medio acabar; parecía llevarlo colgado de una escarpia oculta en su labio superior. El barquillero Marcos, único en su especie,creó escuela. Cargaba su mercancía en una caja cilíndrica, pintada con vivos colores, que echaba a sus costillas como si fuera una mochila. A las once de la mañana, más puntual que el cura Don Félix que a esa hora decía misa en San Pedro, abría su negocio a la puerta del Instituto donde tenía su fiel clientela infantil, dada al vicio de hacer su compra al azar: como en las barquilleras de la época, en la de Marcos iba inserta, en su tapadera, una ruletilla tramposa que el cliente hacía girar previa aceptación consentida del resultado que diera la suerte. Aquella era una escuela paralela donde algunos se familiarizaron con el juego prohibido para los mayores. España ya antes de la guerra, era así de paradójica. Pedro Morales Moya.

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