miércoles, 5 de marzo de 2014

AGUA Y SOL

Pues sí, todo ocurrió mediado el siglo XIX, año arriba o abajo, tanto da, cuando las tierras de Castilla, llamadas de secano, justo daban para comer a quienes las trabajaban. En la Gran Bretaña enviaron sus ejércitos a pelear en la península de Crimea y -no se explica bien por qué- el caso es que no pudieron valerse del trigo que se venía importando a buen precio de las tierras ucranias; según tengo oído -a lo mejor me equivoco- Ucrania era conocida por ser algo así como el granero de Europa. Se sabe que en España, en esos años, llovió a diluviar, más o menos como en los días que corren; los ríos bajaban sobrados de agua y la reseca Castilla vió subir los trigos, en los días soleados que siguieron, como nadie recordaba. Y, gracia divina, al recoger la cosecha estaban al pie de las eras los compradores harineros, que dieron de frente con los importadores británicos, dispuestos a acaparar todo la molienda a precios muy sustanciosos. Se habían juntado, para hacer posible el milagro, tres factores: el agua, el sol y la guerra. Y se propaló la noticia mediante un titular que hizo fortuna: Válganos Dios: agua y sol y guerra en Sebastopol.

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