lunes, 3 de marzo de 2014

3 .- VITORIA, SEGÚN LA VEO

LA BARRACA. Soy de la generación que descubrió a los diez años -más o menos- los encantos del cine sonoro. El cine mudo quedó desplazado, pese a que tuvo sus defensores por razones estéticas. El sonoro encareció el precio del cine pero un avispado empresario vitoriano -Alberdi, de los que ya entonces participaban en los negocios de la Renault en el País Vasco- abarató las tarifas sustituyendo las butacas por bancos corridos y proyectando películas de corte popular y de reestreno con subtítulos: aquellas llegadas del Oeste americano, protagonizadas por Jon Jones y por su hermano Paco Jones, pura ficción, ideada por la chavalería amiga de hacer picar al más pintado. Esta sala, de cine, versión barata del Ideal Cinema, era conocida por el sobrenombre de La Barraca y para que las sesiones fueran mas jugosas te dejaban pasar con un bocadillo de anchoas, harto pringoso, comercializado a real la pieza en un tenderucho abierto en la misma acera del cine, en la calle Florida, a unos pasos del pasadizo que llevaba a la sala de proyecciones: pasabas la tarde por dos reales, merienda incluìda, en un decir amén, no se sabe si a causa del bocadillo, o por las gracias del Paco Jones de marras. El caso que el local se llenaba por encima de las cartolas todos los fines de semana y fiestas de guardar. Esta Barraca que tuvo siempre, y a mucha honra, un emboque del escenario de carácter provisional, -según rezaba un aviso colocado al efecto- desapareció cuando sobre su solar fué edificado el Teatro Florida en los años del hambre. Un cine que seguía teniendo las pulgas con el ADN heredado de las que moraron en la vieja Barraca. Pulgas de casta, os lo juro.Pedro Morales Moya.

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