Verán: en los años cuarenta del pasado siglo -andaba yo por las veinte primaveras- un amigo de los "Marias" y compañero de curso cayó enfermo con una meningitis aguda. Su destino estaba cantado: la muerte. Y si llegara a vencer el enfermo, pagaría su triunfo a precio muy caro: pasaría a perder el seso; a ser un atontado de por vida. El padre de la víctima no se resignó, movió Roma con Santiago y se fue a Madrid en tren, porque había oído hablar de la "penicilina" que estaba en sus comienzos y no había llegado a las farmacias de una España autárquica y arruinada en plena posguerra. Había que adquirir el remedio fuera de España. Y se valió de un piloto aviador que no se sabe cómo podía aterrizar en Londres. Consiguió la medicina, salvó al muchacho que siguió adelante y pudo licenciarse en Derecho.
Con este breve relato puede el lector comprender las distancias que nos separan de aquel entonces, cuando, en la España hambrienta, el trasporte estaba limitado y la gente se movía en carros gracias a la energía muscular de burros y caballos -no había gasolina y la poca que llegó estaba racionada- . Y los trenes iban cargados hasta los topes gracias al carbón escaso de las minas españolas y al de origen vegetal puesto de nuevo en juego para distintos usos.
Me hago esta reflexión: las ideas se paran por la escasez de medios o por su excesiva abundancia.
Este es el caso. Hay demasiados campos de aviación pero... con las posibilidades del de Foronda ¿cuántos? Volveremos al quid del tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario