miércoles, 30 de agosto de 2017

OTRO TIPO DE EMPRESAS

     España necesita -para el desarrollo de las clases  medias y bajas-  un  tipo de empresas y una legislación laboral que se adapten  a la realidad de nuestro tiempo.
      Tiempo donde las clases medias,  principal basamento de los Estados en alza,  se debilitan, donde decae la prosperidad nacional  y donde, por tal causa,  las clases bajas - castigadas por el paro - resultan además perjudicadas con  impuestos indirectos, nada equitativos, que afectan al consumo de los artículos de comer, beber, arder y parecer, que no se merecen.
      El País decae y languidece aunque intenten demostrarnos lo contrario. Además, la  globalización, -en contra de lo esperado- incrementa las diferencias sociales allí donde las gentes no se ponen al día, es decir en la vanguardia innovadora  que dirige al rebaño. Consecuencias: las empresas medias y pequeñas, cargadas con tantas obligaciones como las grandes, cuando se mantienen, reducen al mínimo la contratación de personal que  no podrían sostener por la merma de sus beneficios que casi siempre derivan en pérdidas.
     En suma, las iniciativas se enfrían y lo único que funcionan son algunas muy personales, de muy difícil control fiscal, que cobran y pagan en dinero negro.
     El freno que impidió, al calor de la crisis, la actividad de las empresas de tipo medio, fue la excesiva presión fiscal y peso de las cargas oficiales y sindicales que, aparte del trasiego propio de cada negocio, recayeron obre ellas. En  cosa de pocos años, por causa del cierre impuesto por sus crecientes pérdidas, mandaron  a la calle a millones de trabajadores.
     ¿No fueron despidos causados por la burbuja del ladrillo? Sería largo de explicar,  pero la tal burbuja se alimentó por la provocada abundancia de dinero, gracias a la que surgió la  especulación de inmuebles, muchas veces negociada desde los planos de un edificio.
     Aquello ya pasó. No volverá a suceder en mucho tiempo. Y las empresas de tamaño medio -salvo algunas bien asentadas- no hay quien las quiera. Exigen mucha inversión, soportan demasiadas dificultades y no son sostenibles.
     Los primeros que están en las nubes aunque otra cosa piensen,  son -en gran parte, no todos -  los políticos. Están inventado naciones  y fronteras cuando la prosperidad va por otros cauces.
     Sostener una  nación con su Estado de bienestar  es muy caro y para abaratarlo, no hay que legalizar hasta el color de los pijamas a rayas. Ni llenar el país  de extranjeros.
     Ya veremos.

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