martes, 29 de agosto de 2017

EL ÉXITO DE LA FAMILIA

     Las personas, los seres humanos, no pueden contabilizarse como si fueran monedas o piezas coleccionables. Cada cual es como es y responde de muy distintas maneras para satisfacer su necesidades o deseos. A eso -siempre que respete los derechos ajenos- se le llama libertad. Es decir que la libertad tiene sus límites.
    Es más libre, es el que menos necesidades siente o el que de más medios dispone para satisfacerlas. Todos los días surge quien pide más libertad, sin reconocer que  todos y cada uno han de ganársela con su trabajo, su ingenio, sacrificios y constancia. ¡Ah! Sin olvidar unas dosis de sentido común que nadie niega a los escarmentados por errores cometidos.
   Pese a todo, no se pueden evitar las desgracias personales. Ahora bien, una sociedad dispuesta a ser libre de verdad, es solidaria; disminuiría a ojos vista el censo de los desasistidos.
    Los tiempos que vienen, según anuncios precursores,  tienden a que los menos acaparen la riqueza y a que aumente el número de los condenados a repartirse la pobreza. Disminuirá la clase media,
según indicios ya en marcha.
    Lo malo del caso es que  los pueblos, entendidos como colectividades insatisfechas, suelen comulgar con  ruedas de molino: suelen conformarse con el portador locuaz, siempre que prometa felicidad a esgalla  y a ser posible gratis y con buenas maneras. A esto  le llaman política.
    No hay mejor política que la familiar, cuando es sincera,  leal y no se echa atrás ni tiene que remangarse para ayudar a su prójimo a llevar el madero.
    No es broma: todo está inventado, y felices aquellos que cuentan episodios de este estilo. Volveremos a reconstruir la familia y luego al prójimo (al próximo) para salvarnos en  parte de toda desgracia..
    Tengamos en  cuenta que la solidaridad ha de ser mutua. Pocas  veces se regala.

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