sábado, 19 de agosto de 2017

DIVERSIDAD ES DESIGUALDAD

 
    IV

    El lenguaje de los políticos admite las más sorprendentes interpretaciones. Diversidad es la palabra de moda usada para justificar una mentira: somos iguales pero diversos, es decir distintos. Es tanto como decir que somos desiguales. Por eso los catalanes  y los vascos étnico culturales  (dejemos a un lado los eufemismos) al ser distintos,   "están en su derecho" a organizarse, respectivamente, como sendas naciones independientes y soberanas. La plurinacionalidad histórica a la que recurren, algunos políticos para justificar el invento, no existió; es literatura barata. Digan lo que quieran,  la nación es un modelo tardío.
    La diversidad es tan frecuente como  la desigualdad y menos expresiva. Al final nada cambia por muchas vueltas que demos al lenguaje, y los políticos han de tenerlo en cuenta.  No para idear naciones, porque en España -puestos a marcar distancias-  volveríamos a la división cantonal  del XIX.
    Al fin  hay que reconocer que tanto la diversidad como la desigualdad están implantadas en  España, lo mismo en las comunidades autónomas que en las provincias  casi arrinconadas y que la fórmula "café para todos"  era y es  un recurso de vocabulario que no resuelve nada.
    La tarea pendiente de vascos, catalanes y demás familia empieza por convencerse de que el sistema autonómico actual es muy costoso y además muy leguleyo. Por mi parte creo, y usted lector lo puede comprobar, que tenemos demasiados políticos pegados a la teta uninacional, unos,  y a la autonómica, otros, y esto no hay cristiano que lo resista.
     Se ha de tener en cuenta que la España de nuestros días, territorio a territorio, dada la injusta desigualdad vigente, es insostenible. Y  si no se empieza por disminuir el gasto oficial -hoy poco controlado (por eso la corrupción vigente)- estamos perdidos, digan lo  que quieran los apóstoles de la economía patria.
    El tema exige un  detenido estudio porque de  lo que se  trata, mediante una buena política, es mejorar a todos equilibradamente y no aumentar las  diferencias entre zonas ricas y zonas pobres.
    Esta digresión que me he permitido  antes de seguir adelante con mis reflexiones autonómicas, es para  indicar que  la Unión  Europea aplica a sus socios otros dos principios -el de subsidiariedad y el de proporcionalidad- para equilibrar y hacer posibles  las relaciones entre ellos. Principios que son aplicables a una nación autonómica y casi federal como España, que hoy por hoy ni se usan, ni se buscan provincia a provincia, incluso en aquellos territorios donde, sus gobernantes, se sienten satisfechos del modelo de gestión que vienen aplicando.

(Continuará)
   



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