LOS POLITICOS A LA DERIVA
Los dirigentes del PP triunfantes en
las últimas elecciones, entendieron que la gran preocupación de sus
electores era el paro y que para vencerlo nada mejor que un plan de
recortes del gasto, hecho con criterios económicos. Pusieron la política
al servicio de la economía.
Toda España se lleno de
augures economistas, mientras al sufrido contribuyente de las clases medias
para abajo, se le sometía a unas dosis de austeridad para caballos.
Muchos españoles que no eran economistas, pero con sentido común, al poner
el Gobierno de la Nación su énfasis corrector en los números, con olvido
del sentir de las personas, dieron la
voz de alarma. Por ejemplo, era de todo punto ilógico que en tanto a los peor dotados económicamente se les
aumentaba la presión tributaria, se publicara una amnistía fiscal en favor de quienes venían, desde
años atrás, defraudando al Estado con
sus dineros a buen recaudo en paraísos fiscales.
Dieron los del
sentido común la voz de alarma, pero no
sirvió de nada. Los economistas hacían números y después de presionar con más
tributos a los más débiles, idearon los recortes del gasto público; recortes preferentemente
orientados a chingar a los de siempre. Los economistas, pasando
por encima de los políticos a los que
habían anestesiado con su ciencia,
llevaron al país a una ruina
moral. De todo aquello no podía nacer nada bueno.
Claro que era lógico reducir el gasto público,
pero no cargando el peso sobre los más
débiles y traicionando los dictados políticos.
Antes de estas medidas, era una necedad de libro no
reconocer que la bolsa de fraude fiscal
española era fantástica y gozaba de muy buena salud para atacar el mal con eficiencia; que la economía sumergida
rebosaba todos los límites y se incentivaba desde el propio Estado, y eso no
podía continuar así; que el gasto superfluo de la administración pública se
había disparado desde que funcionó la reforma autonómica y era necesario
corregir la situación con urgencia; que
los despilfarros para costear la vida
de políticos nunca satisfechos con sus
haberes, para el pago de asesores para
todo, para abonar al personal de
confianza y otros capítulos anexos, se habían
ido a las nubes. Y estaban ahí a caño abierto, los coches oficiales, los viajes, los
regalos, las comilonas, las fiestas, las inauguraciones, las inversiones
inútiles, etc. No eran como algunos sostenían el chocolate del loro…
Parecía lógico que debiera
de cortarse todo gasto superfluo antes de buscar el apoyo
de los menos pudientes; parecía de sentido común. Pues no: los economistas la
jodieron, mis queridos lectores, y ayudaron a los polìticos a seguir en su error; en vez de ir a solucionar el problema por do más pecado había, se tiraron a degüello
contra los más inocentes.
¿Qué esperaban? Los resultados están a la vista.
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