miércoles, 19 de noviembre de 2014

LA HORA DE DIMITIR.

        José Larraz fue Ministro de Hacienda en el primer Gobierno formado por Franco al término de la Guerra Civil. Próximo a la Editorial Católica,  se le consideraba una figura de las finanzas cuando se ventilaba el futuro de una España arruinada como consecuencia del conflicto bélico. Larraz expuso su programa  y dejó una copia escrita. Franco dio la callada por respuesta y en una posterior reunión del Consejo de Ministros se aprobó un plan autárquico, totalmente opuesto al defendido por el Ministro. Larraz dimitió sin  mas contemplaciones
        No podemos aventurar que habría pasado si hubiera llegado a prosperar el plan  de Larraz. Lo que si sabemos es que la autarquía derivó en pobreza, hambre y miseria para millones de españoles.
        Con algo tan sencillo cómo no acertar  al elegir un  plan de actuación ante un problema político social, se puede conducir a un pueblo a su desgracia. En circunstancias muy distintas a la de posguerra  y con otros problemas, España -gracias a sus políticos-  ha entrado en una encrucijada peligrosa (situación difícil en la que no se sabe qué decidir). Larraz marcó la pauta:  es el momento de las dimisiones. Y como no creo que dimitan los directamente responsables de la situación, han de hacerlo los que  vienen apoyándolos y no están conformes con el giro que toman las cosas.
       No se falta a la lealtad a nada, ni a nadie, y menos a España, si se dice que el problema secesionista de Cataluña tiene sus orígenes en las  postrimerías del siglo XIX. Y tampoco si se afirma que los catalanes separatistas desde entonces ( no confundirse) nunca supieron ver el camino que se abría, para la prosperidad general, desde  su perspectiva hegemónica respecto  al resto de España; prosperidad también para  ellos.  Tampoco cabe sostener que los "unionistas"  españoles hayan sido capaces de superar las diferencias con una auténtica aproximación a las demandas catalanas.
      Que conste que escribo sin tener en cuenta las próximas elecciones, que es lo que deberían hacer los buenos políticos para aproximarse al acierto. Pero no: las miran (a las elecciones) con el criterio del  mono que cierra el puño y no suelta las avellanas aunque ello suponga su pérdida de libertad. Otro día, les contaré.
      Pues bien, es la hora de las dimisiones, no por nada, sino por  el fracaso que ya se masca. ¿O no?
   
     

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