Tratemos de observar desapasionadamente lo que ocurre en España. Se habla mucho, y los políticos nos lo proponen como meta, del Estado de bienestar, de un país de ensueño donde la vida resulte fácil y confortable para todos, lo cual exigiría elevar el nivel de renta medio de cada ciudadano, - varón o dama, niño o niña -, a cifras resultantes de multiplicar por dos o por tres el índice actual de renta per capita.
La verdad es que estos niveles de renta no los puede alcanzar pueblo alguno, si antes gran número de sus ciudadanos, - es decir las mayorías que lo forman- no alcanza a dominar un grado de conocimientos y de hábitos laboriosos y un conjunto de virtudes que eleven su capacidad productiva, sin olvidar la rectitud de comportamientos cívicos, muy por encima de los índices actuales.
Es decir que los gobernantes, además de darnos ejemplo, habrían de exigir a esas mayorías mayoritarias, unas metas de civismo (vamos a llamarlo así) de muy dudoso logro para los españoles de nuestros días, no empeñados, por ahora, en conseguirlo. Para eso harían falta grandes dosis de iniciativa privada aplicada con indudable constancia y rectitud. El beneficio, es decir el Estado de bienestar para todo un pueblo, solo llegaría por ese camino, o sea por el deseo de todos y cada uno en mejorar su situación. Insisto: gracias a la iniciativa privada, el Estado, proveedor de la iniciativa pública, se limitaría a no estorbar, salvo en defensa de las capas sociales más necesitadas o de cuanto atañe al bien común.
Cuando la iniciativa privada funciona, es cuando mejor marcha el sector público.¿Por qué? Por una sencilla razón: porque quiénes saben por experiencia lo que cuesta levantar la persiana de cualquier actividad, son los ciudadanos con iniciativa que también saben que si el sector público no pecha con las cargas no rentables, todo se iría al garete.
El bienestar en España, en las condiciones actuales, por muchas promesas que hagan los políticos, llegaría para unos pocos y demasiadas veces por la vía de toco mocho y mañas parecidas, ante cuyas artes el sector público es mucho más vulnerable que el privado. Por eso hay tantos políticos, o ligados a la política, partidarios de la corrupción.
La alternativa viable para el logro de un Estado de bienestar, viene de la mano de una mayor y mejor iniciativa privada, la cual resulta de muy difícil implantación, salvo en países con excelente escuela y colectivos libres; países muy dados a la lucha pacífica para triunfar y sumamente honestos en sus actividades; por supuesto enemigos de los paraísos fiscales.
Frente a esta realidad que exige un notable y constante esfuerzo, en los países dados al baratillo crecen y se desarrollan las grandes promesas a cargo de políticos bien intencionados pero inexpertos, que suelen terminar socializándolo todo, generando nuevos vasallos dominados por las empresas públicas antes en manos de la iniciativa privada. En suma terminan por aplicar el principio de la igualdad, el camino más seguro para un equitativo e igualitario reparto de la pobreza.
Estad atentos a las musas que cantan las bondades del sector público. Nunca te dejes avasallar. Cuando todo sea público, te ofrecerán igualdad. Pero no lo olvides: será un igualitario reparto de la pobreza.
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