martes, 4 de noviembre de 2014

EL ELECTORADO DESCONFÍA Y PIDE CAMBIO

    La reforma tributaria que más aceptación tiene, la más populista, es la que va  orientada a una nueva  y más justa distribución de las cargas fiscales. No estamos ante un problema sencillo, ni mucho menos, pero siendo cierto que los impuestos directos  se soportan mayoritariamente por quienes cobran por nómina -sea esta pública o privada-, todos entienden que sería justo, equitativo y razonable un cambio  que pusiera las cosas en su sitio. Es decir: sería deseable una reforma fiscal que exigiera más a los más pudientes, a los más ricos; que exigiera, por lo menos, una equitativa aportación al erario público acorde con la suma de  ingresos que se generan por los millonarios  con sus actividades y negocios. Y para que esto fuera posible,  habría que modificar las normas que posibilitan la llamada ingeniería fiscal, además de combatir con  éxito  el fraude tan generalizado en España.
      Sea como fuere,  el personal  advierte que esta injusta distribución  de la carga fiscal, unida a la carga social,  tiene repercusiones muy graves en un mal que se está haciendo crónico: el paro.
     El electorado -que desconfía de los políticos heredados de la democracia y con razón,-  está a la espera de un cambio, basado en dos pilares: justicia fiscal y justicia social; y es así, porque entiende que ninguna de las dos funciona ni tiene trazas de funcionar con los políticos de siempre.
     Un partido nuevo ha saltado a la palestra política con una nueva música. Estoy seguro que están ahora preparando la letra para que se produzca el feliz encuentro entre los que tienen hambre y los que prometen saciar sus ganas de comer
     El que salga a buscar votos ignorante de esta realidad, puede darse por perdido. Ya lo dicen las encuestas. ¿Y cuál va a ser lar realidad final?
     Va a ser que la patada que  los electores van a dar al PP, al PSOE, a CYU, a IU, etc.
 recaerá en el culo de sus afiliados y simpatizantes. Son los que sufrirán las consecuencias de la derrota.
     Son partidos que a fuerza de prometer y no dar allí donde tuvieron poder -aunque sus dirigentes  crean otra cosa-, han perdido credibilidad. Tendrían que dimitir esos dirigentes en cascada y poner otros nuevos cargados de prestigio, si es que los tienen para recuperar el crédito perdido.
     Pero el poder corrompe, pierde a las conciencias y hace adictos. Y la dimisión parece ser  tan dolorosa,  que antes la cárcel.
     ¡Así nos va! Sin olvidar la tormenta que se anuncia.
     

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