lunes, 24 de noviembre de 2014

CREDULIDAD O INCREDULIDAD A RAUDALES

    Santiago Rusiñol, escritor y pintor catalán asistía a una tertulia bohemia en Barcelona donde se puso sobre el tapete el tema de la credulidad o incredulidad de las gentes. Rusiñol sostenía que el ser humano era desconfiado y por tanto incrédulo por naturaleza. "Si me pusiera en las Ramblas -les dijo- a vender duros a cuatro pesetas, no picaría ni uno". Su amigos, todos a una, le llevaron la contraria. Se cruzaron  apuestas y Rusiñol se sentó ante una mesa anunciando en público la oferta: duros  a cuatro pesetas. Nadie picó.
    Pero Rusiñol, agudo y sensible a las debilidades humanas, supuso con acierto, que nada teme tanto el que se siente  timado  como la publicidad del caso del que ha sido victima. Si la oferta de los duros a cuatro pesetas la hubieran hecho en privado, el resultado sería bien distinto.
    Fue famosa en el siglo XIX la hija de Larra, doña Baldomera, que llegó a pedir dinero prestado al treinta por ciento de interés. Dicen que se hizo con veintiséis mil millones de reales al valor de  la época. Dicen, también, que fue la inventora de la estafa piramidal. Se refugió en Suiza, que por no tener tratado de reciprocidad con España no podía ser devuelta al país de origen. Hasta que la detuvieron en Francia, en un descuido.
   Tan solo quería decir que  el pequeño Nicolás, -hoy famoso- no ha hecho otra cosa que explotar la credulidad de las gentes. A medida que se descubra el timo irá bajando el censo de los crédulos.
    Nadie promete tanto ni tan en falso como algunos políticos. Pero  como se  vota en privado, tienen éxito.  Al cabo de años, algunos se arrepienten de haberles votado y otros no se acuerdan de los destrozos causados por los que tanto prometían. Estoy evocando las promesas  de <Podemos> y del éxito que ya anuncian los augures:  buenos salarios, horarios llevaderos,  amenas vacaciones, mejor retiro a los sesenta años y un negrito que nos abanique  los días de calor. Muerden el anzuelo como si fuera gloria.
    Algo así  como atar a los perros con longanizas.¡Qué más quieren los chuchos!

 
 

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